Vieja y nueva animación
por Carlos ReviriegoEn adaptaciones previas, el clásico de Antoine de Saint-Exupéry siempre se ha considerado una obra difícil, acaso imposible, de trasladar a la pantalla. En ello interviene una narrativa sintonizada con la filosofía que no resulta fácil de atrapar (y asimilar) sin su lectura, y también una estética tan asociada a las lúdicas ilustraciones del autor que cualquier adaptación a la pantalla corre el riego de la herejía si no se apropia de ellas. En definitiva, se trata de una obra que a pesar de su fama internacional, o precisamente por ello, resulta extraordinariamente singular, de difícil encaje en otras artes. Bob Fosse hizo un bello trabajo en su acometida musical [The Little Prince, 1974], donde aparte de adelantarse diez años a la “inventiva corporal” de Michael Jackson –quien se apropió de todo lo que pudo y más de los pasos más caracterísitcos del autor de All That Jazz–, se planteó el desafío con el espíritu de demencia y originalidad que pedía la propuesta. Era en todo caso un fracaso anunciado.
La película de Mark Osborne tiene la inteligencia de dirigirse a los pequeños espectadores educados por Pixar sin renunciar a la ética y estética, para nada anticuada, del relato original. Así, el filme envuelve el libro en un relato mayor, todo ello combinado con el 3D y la animación en stop-motion. El escenario inicial no tiene nada que ver: un paisaje urbano, personajes nuevos, incluso un estilo visual completamente alejado del libro. El personaje principal, de hecho, es una joven preadolescente que vive con su estricta madre, y el reconocible relato de Saint-Exúpery se manifiesta cuando conoce a un viejo aviador que le cuenta sus viajes de infancia en una serie de cartas y de historias. Mientras la primera parte presenta el mundo en el que El principito se desarrollará, la segunda integra una historia dentro de la otra hasta que ambas se hacen dependientes. Las hermosas, imaginativas transiciones entre ambos universos están realizadas con técnicas que combinan el stop-motion y la apariencia de papel maché para recrear la sensación de que la historia está escrita por el aviador.
El relato en verdad se centra en cómo la niña descubre su imaginación con la ayuda del pequeño Príncipe encarnado en un anciano tierno, divertido y excéntrico, que a su vez se ofrece como una encarnación del propio Saint-Exúpery. Los personajes secundarios del libro, en especial el zorro, también tienen su lugar en este cuento sobre el amor y la imaginación, y cómo ambos conceptos vertebran el esqueleto emocional de la historia. “Lo que es esencial es invisible para el ojo”, dice sabiamente el zorro. Las lecciones de vida de El principito llegan así articuladas y reencarnadas para una nueva generación de espectadores, de niños y de adultos, que acaso se sentirán familiarizados con las estéticas tridimensionales y una banda sonora que nos traslada al mundo Pixar, pero al mismo tiempo también entrarán en un universo de animación extraordinariamente singular, elegante, delicado, más propio del cine de arte y ensayo que de las apuestas comerciales. Las canciones de la cantante pop francesa Camille también ayudarán a celebrar el espíritu de la infancia y la dolorosa, pero necesaria transicion a la edad adulta.
Lo mejor: La inteligencia del filme, que nace en el tributo al clásico de Saint-Exupery para convertirse en una inteligentísima reactualización de su clásico, creando un mundo nuevo que se alimenta del ya conocido.
Lo peor: El desafío de integrar dos formas de animación practicamente opuestas que en ocasiones confunden los caminos y tonos del relato.