Pues yo no quiero ser enterrado ahí
por Alberto CoronaAunque carente de la ambición desmedida del ciclo de La torre oscura, o la épica conceptual de It, no es nada descabellado erigir a Cementerio de animales como la obra cumbre de Stephen King. En sus páginas fue, al menos, donde quien esto escribe atinó por fin verbalizar qué era lo que tanto le estremecía del autor de Maine y, por supuesto, no era la mera habilidad para la descripción de pasajes pesadillescos. De hecho, en la escena del funeral ni siquiera habían intervenido (en principio) elementos sobrenaturales; sólo se trataba de un padre en estado de 'shock' viendo cómo enterraban el cuerpo despedazado de su hijo de 3 años, mientras frente a él aparecía un suegro borracho y se disponía a reprocharle que nunca había sido capaz de cuidar de su familia, y que a las pruebas se remitía. La reacción posterior de Louis, protagonista de Cementerio de animales, ahondaba en el terrible drama de la situación, y confirmaba a este autor de 'bestsellers', lejos aún del respaldo crítico en 1983, como el que mejor sabía canalizar el horror que cualquiera de nosotros llevaba consigo.
Cementerio de animales, versión 2019, no olvida cuáles son los ingredientes que hicieron de su precedente una obra clave dentro del corpus del novelista. Sabe, quizá gracias a la adaptación que hizo Mary Lambert en 1989 —no por casualidad, guionizada por el mismo King—, que cualquier modificación enfurruñará no sólo a los fans más puristas, sino que también repercutirá inevitablemente en el resultado final, sea cual sea el bagaje del espectador. Es tan potente la historia de King, tan sensibles y poderosos sus temas, que el más mínimo desvío podría desbaratarlo todo. De ahí la ansiedad de los interesados ante los cambios que ha sufrido la historia y que a lo largo de estos meses se han hecho públicos, pero lo primero que éstos han de saber es que dichos cambios no han terminado teniendo consecuencia alguna. De hecho, el que nos hayan robado un clímax con muñeco diabólico es el menor de los problemas de la nueva adaptación, dirigida por Dennis Widmyer y Kevin Kölsch.
En cambio, las notables deficiencias que presenta este film —y que lo distancian no sólo de la celebérrima novela, sino también de la muy reivindicable propuesta del 89—, tienen que ver más con un tratamiento superficial de la obra que con un malentendido total y lacerante de ésta, como ocurría recientemente con el It de Andy Muschietti. Los guionistas de Cementerio de animales saben qué incluir y cómo vehicular la desbordante temática del libro de King, pero no se ven capaces de ir más allá. Por eso descartan el potencial terrorífico residente en lo que, en esencia, era un desgarrador drama familiar, para en su lugar hacer de esta nueva versión una historieta de sobresaltos y fantasmitas acariciándote el hombro tan correcta como terriblemente olvidable. El mantenimiento de ciertos detalles y subtramas del manuscrito original, aunque parcialmente bienvenidos, sólo obedece pues a ese empeño desnortado de convertir a Cementerio de animales en un ruidoso y simplón artefacto de terror, que busca desesperadamente cualquier excusa para generar la inquietud. Y de ahí que, en ocasiones, se malentienda como humor negro lo que sólo es incompetencia, y un complejo de inferioridad tremendo ante el cometido que le ha tocado afrontar.
No es, sin embargo, una película completamente desechable. Los actores escogidos cumplen —en especial John Lithgow, sabiendo transmitir con desgarro el profundo sentimiento de culpa de su personaje—, y la sucesión de giros dramáticos sigue siendo tan extenuante que es físicamente imposible que nadie pueda aburrirse con ella. Además que, en puridad, no es lo que se dice una mala interpretación del libro… pero puede que, al final, eso suponga lo más enervante de Cementerio de animales. Porque el que una adaptación del de Maine sólo se permita abrazar una impersonal corrección, un salvar los muebles para ponerse con otra cosa, debería ser la traición más dolorosa al legado de un tipo que, absolutamente todo lo que ha hecho en su vida, siempre lo ha hecho a lo grande. Incluso fracasar.