Yo no soy ese
por Gonzalo de PedroPor enésima vez, el cine norteamericano vuelve a enfrentarse a la historia de dos adultos (hombres) que han llegado a la vida adulta sin encontrarse a si mismos: uno, abogado de un prestigioso bufete y con una vida acomodada (familia con tres hijos incluida) envidia la vida de su amigo, actor en paro con todo el tiempo del mundo para ligar con jovenzuelas. En una noche de borrachera, y por un conjuro mágico que ni ellos (ni la película) llegarán a entender jamás (tampoco tiene la mayor importancia), el uno pasará al cuerpo del otro, y se verán obligados a vivir las vidas que dijeron envidiar.
Es inevitable pensar en infinidad de comedias que abordan, de forma más o menos similar, la misma idea de la inmadurez emocional de los cuarentones que no han asumido que ya no son los veinteañeros que les gustaría ser, pero especialmente, por cercanía en el tiempo, la película remite a la última obra de los hermanos Farrelly, Hall Pass (2010), en la que un hombre recibía de su mujer una semana "libre de matrimonio" para dar rienda suelta a todos los impulsos reprimidos que le hacen infeliz. La comparación con la película de los Farrelly, que no era sin embargo su mejor obra, sitúa esta película en el lugar que le corresponde: una fórmula bien trabajada que no se sale del guión de lo políticamente correcto. Si en la película de los Farrelly el orden se reestablecía, pero con los cimientos de la familia bien minados por las infidelidades, aquí no hay perversión ni desorden encubierto, y las aguas volverán a su cauce plácido, con cada personaje en su lugar, y lo que es más preocupante: con el crápula reordenando su vida con la que fue la protagonista de los sueños húmedos (insatisfechos) del estricto abogado. Una secuencia explica muy bien la mojigatería que se esconde bajo el disfraz de película gamberra: el abogado, transmutado en su amigo soltero, no encuentra el placer de la soltería en el sexo desenfrenado, sino en la lectura de un libro (Freedom, de Jonathan Franzen): curiosa idea de la libertad.
Una película así no solo necesitaba, pues, de un planteamiento auténticamente gamberro, sino de unos actores capaces de sacarle partido al juego de interpretaciones que plantea la película, con identidades cambiadas y personajes obligados a hacerse pasar por quienes no son. Lo que podía ser una fuente de gags desestabilizadores se queda en alguna secuencia más o menos lograda, que no consigue igualar la fuerza del arranque de la película: el clásico desastre de padre encargado de cambiarles los pañales a sus hijos que termina en tragicómica deposición infantil. En el fondo, desde esa secuencia, la película enseña bien claras sus cartas sobre los roles femeninos y masculinos: mujeres abnegadas, hombres tontos e insatisfechos.
A favor: Alguna secuencia de humor, escatológico, bien conseguida
En contra: La mojigatería del planteamiento y el desarrollo