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    El caso Fischer
    Críticas
    3,0
    Entretenida
    El caso Fischer

    El sacrificio del peón

    por Quim Casas

    Sacrificar el peón. Esa fue una de las jugadas maestras de Bobby Fischer, peculiar jugador de ajedrez –¿qué ajedrecista no tiene un carácter digamos que particular?– que se enfrentó en una serie de partidas titánicas contra el soviético Boris Spassky para dirimir quien era el campeón del mundo en 1972. No fue la única jugada hasta entonces inimaginable que se sacó de su improvisada chistera este ajedrecista autodidacta. Con varias de ellas sorprendió a Spassky y al mundo entero, cuando el deporte de tablero blanquinegro, el rey y la reina, los alfiles y los caballos, las torres y los peones, siempre dispuestos a ser sacrificados desde entonces, era un verdadero espectáculo mediático… y también político.

      Fischer contra Spassky o, en términos cinematográficos, el tono agitado de Tobey Maguire contra la calma de Liev Schreiber. Porque El caso Fischer, la película realizada en 2014 por Edward Zwick, funciona en la medida en que lo hacen los dos actores, en especial Maguire, ya que de un biopic a medio tiempo se trata. El filme nos explica cosas de la infancia de Fischer para que entendamos sus miedos, dilemas y manías persecutorias que le llevaron, después del triunfo, al ostracismo voluntario en aras de la locura. Y se sirve de su historia para trazar otro relato sobre el periodo de la guerra fría sin recurrir a espías, dobles agentes o desertores.

      Porque el enfrentamiento entre Fischer y Spassky representaba algo más que el duelo entre dos grandes estrategas del ajedrez. En términos políticos, suponía un enfrentamiento más entre las dos potencias hegemónicas. Fischer debía ganar: sería un triunfo de USA sobre URSS, en un momento en que los soviéticos les pasaban la mano por la cara a los estadounidense en avances tecnológicos y en la carrera espacial. O cuando el tablero de ajedrez se convirtió en un tablero geopolítico. Ese es uno de los aspectos más interesantes del guión de Steven Knight, creador de la excelente Peaky Blinders, teleserie de gángsteres ambientada en el Birmingham de 1919, guionista de diversos y variopintos filmes –Negocios ocultos de Stephen Frears, Promesas del este de David Cronenberg– y director de un action thriller con Jason Statham, Redención, y de un drama en un espacio con Tom Hardy, Locke.

      A tenor de esta filmografía, tumultuosa y dispar, pero francamente interesante, ¿qué hace Knight en la escritura de un película sobre un ajedrecista mentalmente inestable, un campeonato del mundo y una historia de guerra fría? Pues aunque el tema no parezca suyo, su guión, por lo que apunta y Zwick no logra concretar, resulta lo más interesante de la película. Eso y la forma que tiene Schreiber de mirar sin ni siquiera pestañear cuando Fischer juega con sus nervios o cuando, sorprendido por la destreza revolucionaria de su rival, asume el jaque mate que le ha hecho, se levanta y le aplaude delante de las cámaras que retransmiten la partida por todo el mundo. Fischer triunfó sacrificando su peón, pero Knight nos cuenta como él mismo fue un peón que acabo inmolándose tras revolucionar el ajedrez con su sentido devastador y casi libertino del juego. Por ello, mejor el título original, Pawn Sacrifice, el sacrificio del peón, que El caso Fischer, aunque, obviamente, hubo caso.

    A favor: la agitación comedida de Maguire y el semblante sin pestañear de Schreiber.

    En contra: los aspectos simplones que todo biopic asume que debe de tener.

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