La lección de Madre Rusia
Con “Kick-Ass”, Matthew Vaughn hacía de la dificultad de adaptar una obra tan cerrada en lo estructural y argumental como la ideada por Mark Millar y John Romita, Jr. una virtud. Tirando de genio e ingenio, el cineasta aprovechaba el material original para expandir su propio universo en forma de divertimento geek original, fresco y respetuoso con su referente. Esgrimía así la adaptación perfecta de un comic book, ésa que satisface al cinéfilo y al fanboy, una cinta que lograba eso tan difícil que es hacer que lo que queda bien en viñetas resulte igual de creíble en la gran pantalla.
“Esto es la vida real. Aquí no habrá una secuela”. Qué equivocado está Kick-Ass, pues aquella pieza se convirtió en objeto de culto, y su secuela era más que inevitable. En esta segunda entrega, la progresión de la historia es de lo más lógica. La sombra del padre ausente es tan larga que envuelve a los protagonistas. La muerte de Big Daddy ha hecho que Hit-Girl se debata entre ser la heroína que su progenitor esperaba de ella y la adolescente normal y corriente que su padre adoptivo le impone ser, bajo el convencimiento de que su padre verdadero le robó la niñez. Para Red Mist, ahora autoproclamado The Motherfucker, la muerte de Frank D’Amico supone la excusa perfecta para trazar un plan de venganza contra un retirado Kick-Ass, aunque para ello tenga que formar coalición con lo más destacado e ilustre de los bajos fondos. La idea de unidad está presente a lo largo de toda la cinta, en uno y otro bando, reforzada por la imagen de esa Liga de la Justicia friqui que adorna las paredes de su cuartel general a lo “Watchmen”. Aunque, como ocurría en su antecesora, lo que realmente tenemos es a un grupo de nerds insensatos que juegan a ser superhéroes, sin percatarse de que lo que realmente hacen es tratar asuntos de mayores. Y, cómo no, jugar a los mayores conlleva nuevamente una serie de nefastas consecuencias. Todo muy lógico en cuanto a que repite parte de los temas ya tratados en la anterior, pero haciendo avanzar la trama.
Y pese a esta lógica argumental, “Kick-Ass 2” no pasa de ser una hermana menor de la primera, más allá de que ésta dejase el listón demasiado alto. Su director, Jeff Wadlow, parece calcar los hallazgos narrativos de Vaughn, aunque con menos acierto en las escenas de acción y con un aparente peor aprovechamiento del mismo presupuesto –algunas escenas, como la de la furgoneta en la autopista, cantan bastante a nivel técnico-, y lo que resulta es un film entretenido pero poco valiente, carente de alma propia.
Por si fuera poco, todo ocurre a un ritmo tan acelerado que es difícil encajar lo que ocurre, como si buena parte del metraje se hubiera quedado en la sala de montaje. Por ejemplo, la intervención de Jim Carrey como el Coronel Barras y Estrellas, aunque decente, casi se reduce a un cameo; algunos personajes, como la madre de The Motherfucker o la novia de Kick-Ass, son despachados rápidamente para conveniencia de la historia; sus escenas son cortas y meteóricas; y la idea del tiburón y la bomba quedan algo desdibujadas para resolver lo antes posible la película en un enfrentamiento final carente de todo sentido del espectáculo. Hasta los escarceos de Chloë Grace Moretz, que goza aquí de mayor protagonismo, como adolescente que se esfuerza por encajar suenan a mero relleno y parecen más un preludio de lo que será su “Carrie”.
“Kick-Ass 2” es, por tanto, una secuela meramente funcional, tan coherente en su desarrollo de la historia dejada por la primera como poco avispada u original, sin tomarse el debido tiempo a sí misma para reflexionar. Se conforma con ser la secuela de una obra de culto, convencida de que con eso conseguirá el aprobado. Y lo consigue, aunque no por eso, sino porque igualmente atesora momentos puntuales de genialidad en forma de violencia gráfica, de momentos hilarantes, de perros que se enganchan a las pelotas ajenas y de una Madre Rusia que nos enseña a ritmo de Tetris que un cortacésped empotrado en el maletero de un coche que va marcha atrás puede ser la mejor de las armas. Mucho más que eso de “La unión hace la fuerza”.
A favor: el lucimiento de Madre Rusia, y otros momentos hilarantes de genialidad puntuales
En contra: carece de la chispa y originalidad de su predecesora