Y los humanos, en medio
El “Gojira” de Ishirô Honda nació como una especie de metáfora del Japón post atómico, una pesadilla que con el tiempo se acabaría convirtiendo en aliada contra temores mucho mayores en forma de secuelas y spin-off de dudosa calidad artística y argumental. En su reboot, Gareth Edwards parece hablar de esa incómoda supremacía yanqui desde la mirada del extranjero que puede cuestionar a una nación que no es la suya. Su titán nace de nuevo en Oriente, pero es Occidente, y concretamente los americanos, quien dispone todo un despliegue nuclear para acabar con la inminente amenaza nipona. “A su lado, lo de Hiroshima parecerá un petardo”, dicen en un momento del film. “La historia siempre se repite” parece decirnos Edwards.
“Monsters” fue la detonante. Un film tan godzilliano que auguraba que Edwards sería el cineasta perfecto para afrontar una nueva puesta de largo del dios asiático. Y a nivel artístico, esto es indudable. Su “Godzilla” luce muy bien su generoso presupuesto. Warner no escatima en gastos en sus caprichos. Desde la butaca de director, el británico rinde un sentido homenaje al original, un viaje melancólico para todos aquellos que disfrutamos del film de Honda y sus innumerables secuelas. Su apariencia y poderes son los de antaño –casi aplaudo ante el aliento atómico-, y su papel como salvador de una Humanidad condenada a exterminarse a sí misma vuelve a hacer acto de presencia. Pero, sobre todo, ignora que ha llovido demasiado desde el fin de la II Guerra Mundial y plantea un discurso similar al de la cinta de Honda, pero desde el otro bando.
Además, desde su posición de cineasta con dos dedos de frente, Edwards rinde tributo también a otro grande, Spielberg, ya sea en ese comienzo a lo “Jurassic Park”, en el concepto de vuelta a casa de “La guerra de los mundos”, o en su resistencia a mostrar a su monstruo en todo su esplendor hasta el tramo final de “Tiburón”. Todo huele a reverencia ante los referentes de los que bebe, incluido cierto espíritu a serie B palpable en esos créditos iniciales a ritmo de un Alexandre Desplat perfectamente amoldado al género al que se enfrenta. Y eso es de agradecer.
Desde el punto de vista formal, su “Godzilla” pretende ser un film serio, crepuscular, y está seguro de serlo. Y lo es, pero quizá nunca debió pretenderlo tanto. Igual debió aprender del espíritu gamberro de del Toro en la estupenda “Pacific Rim” y abrazar con ello de manera definitiva la serie B, o de la capacidad de Matt Reeves para convertir al monstruo de la también estupenda “Cloverfield” en algo secundario, en una herramienta para desarrollar una historia humana simple, pero bien hilada. Edwards también intenta alcanzar este punto. Aplaza a su monstruo hasta la media hora final, pero para entonces ya estás demasiado cansado de melodramas familiares de telefilm, de héroes que pretenden volver a casa pero sin renunciar a ayudar a su bandera, de personajes planos y actores aún más planos a nivel interpretativo, de agujeros de guión insalvables, y de un Aaron Taylor Johnson que hace desmoronar la cinta una vez el atractivo personaje de Bryan Cranston le cede el protagonismo. A partir de ahí, ya no queda nada más que contar. Lo que resta, es bastante olvidable. Peleas de monstruos, y los humanos en medio. Quizá demasiado en medio. Y lo peor, que obliga a ver la de Roland Emmerich con otros ojos. Al menos, aquélla entretenía pese a su nada disimulada mediocridad. Aquí, ni siquiera eso.
A favor: el despliegue visual y el apego hacia el original
En contra: la floja trama humana, y que pretende tomarse en serio a sí misma