La guerra de los papás
por Xavi Sánchez PonsSean Anders pertenece a lo que podríamos denominar la serie b de la comedia norteamericana. Un tipo que apuntó maneras en el loco y original guion de la extraordinaria Jacuzzi al pasado (cima de la comedia gamberra yanqui de esta década), para luego convertirse en un buen artesano del género sin destellos de genio, alternando tareas de dirección y escritura en filmes como Desmadre de padre, Somos los Miller y Cómo acabar sin tu jefe 2. En Padres por desigual Anders está presente en las dos facetas, y el resultado es una comedia efectiva pero carente de punch.
La base del argumento de Padres por desigual es casi un subgénero en sí mismo: la aparición de un agente del caos que pondrá patas arriba la tranquila vida de una familia norteamericana de clase media. En este caso concreto se trata de la pugna sin cuartel entre un padre adoptivo bonachón que no puede tener hijos de forma natural (Will Ferrell) y un padre biológico macho alfa-chulesco (Mark Wahlberg) que aparece por sorpresa. En el centro de la lucha se sitúan la madre (una excelente Linda Cardellini) y dos niños que sufrirán los daños colaterales del enfrentamiento. Un enfrentamiento que irá subiendo de tono a medida que la historia avanza. De hecho, esa es básicamente la estructura del filme, una especie de a ver quién la hace más gorda que, claro está, acaba entregando los momentos más logrados de la película. Entre ellos un par de escenas protagonizadas por Will Ferrell que coquetean felizmente con el slapstick más pasado de vueltas, léase, humor físico casi irreal: el gag inicial de la moto y el posterior de la electrocución vía skate, ambos dignos del The Looney Tunes Show pero, ojo, alejados del tono apto para todos los públicos de la cinta.
Padres por desigual acaba siendo una comedia del montón, un buen producto sin más de usar y tirar, porque se deja vencer por lo convencional (ese happy end impostado), por la incorrección política inofensiva (la película tiene un problema con el tono a ratos desconcertante) y por una puesta en escena formularia. Si hubiera apostado por la comicidad absurda y casi surreal de los dos gags citados antes la cosa hubiera subido enteros. El mejor Sean Anders es el que tira por el humor de fantasía de alma fumeta que no está sujeto a las normas rigurosas de la lógica. Ese era el caso de Jacuzzi al pasado, una oda al libre albedrío aplicada a la escritura de comedia.
A favor: la química que despide el dúo Ferrell-Wahlberg.
En contra: le falta incorreción política y algo más de clase