Thriller de diseño
por Cristina Álvarez LópezLa enigmática desaparición de una adolescente en una pequeña localidad abre una investigación policial cuyas pistas conducen hacia otro caso no resuelto que sucedió exactamente en el mismo lugar, 23 años atrás, y del que este parece un calco. Esta es la premisa sobre la que se construye ‘El último suspiro', un filme en el que el director de origen suizo Baran bo Odar cruza las arquitecturas del thriller policial con el retrato de una comunidad marcada por el trauma. El resultado es un filme que supura referencias en cada plano, pero que carece por completo de alma y de personalidad propia.
El guión de ‘Silencio de hielo' -basado en el best-seller del finlandés Jan Costin Wagner- está lleno de licencias tomadas de los grandes éxitos del cine criminal de los últimos años: de ‘El silencio de los corderos' (Jonathan Demme, 1991) a ‘Zodiac' (David Fincher, 2007), pasando por ‘Memories of Murder' (Bong Joon-ho, 2003). El tono del filme bascula entre la gelidez de un Michael Haneke y el freakismo de los hermanos Coen, pero todas las decisiones de puesta en escena y planificación del director resultan excesivamente forzadas, como si buscasen a toda costa esa pátina de originalidad y extrañeza de la que el filme carece. Sin embargo, las peores secuencias de la película llegan cuando esta trata de erigirse en un mapa de las marcas que estos dos actos criminales han dejado en la comunidad -al estilo de ‘El dulce porvenir' (Atom Egoyan, 1997)-.
A favor: Si el espectador se aburre, siempre puede dedicarse al juego de las equivalencias: todos los planos de ‘Silencio de hielo' parecen robados de filmes canónicos de los últimos años.
En contra: Los planos de cielos a cámara rápida, los planos de niños jugando a cámara lenta, y todos esos recursos facilones que no hacen más que confirmar que este es un "filme de diseño".