Gran comienzo, mal desenlace. Ni Josh Trank ni Reed Richards se merecían esto.
por Yago GarcíaTal vez lo escribiera Sun Tzu en El arte de la guerra, o quizás sea sólo cuestión de sentido común: cuando todo el mundo pierde la calma, cuando el mundo se ve envuelto en la locura, es mejor respirar hondo, mantener las distancias y juzgar fríamente la condición del presunto desastre. Por ejemplo, si la prensa de EE UU se deshace en bilis hacia Cuatro Fantásticos, si mil y un rumores aseguran que Josh Trank ya ha escuchado aquello de “no volverás a trabajar en esta ciudad” y si la opinión general (aun antes de haber podido ver nada en pantalla grande) es que la película es un bodrio, conviene enfrentarse a ésta con los ojos limpios. Y, de lograrlo, uno puede llegar a una conclusión terrorífica. Porque esta versión fílmica de la Primera Familia de Marvel no es una mala película.
Vayamos por partes. En realidad, Cuatro Fantásticos lleva dentro de sí dos filmes: el de Josh Trank, y el de sus productores. El primer segmento transcurre, más o menos, durante la primera hora del montaje estrenado, y, sin dar ganas de tirar cohetes, sí que resulta muy estimable. Pese a recurrir a la mil veces consabida y maldita ‘historia de origen’, sus imágenes se las apañan para transmitir un acusado sentido de la maravilla, así como para hacernos querer a sus personajes (especialmente a ese Victor Von Muerte primerizo y aún entrañable) y para respetar el legado del maestro Jack Kirby a base de máquinas ciclópeas y zonas negativas. Sí, podríamos haber tenido una Sue Storm (Kate Mara) menos doliente, o un Jamie Bell más expresivo como Ben Grimm, la futura Cosa de ojos azules, pero eso serían matices. En todo caso, y aunque se le note algún tijeretazo ocasional, estamos ante un producto digno de ser visto.
Cuando esta sección acaba, empieza lo malo: una sucesión de imágenes tan descoyuntadas, tan delatoras de su condición de producto industrial, que dan ganas de abrazar al director y decirle “tranquilo, Josh, te entendemos”. Entendemos que uno hierva de rabia al ver cómo su trabajo, un thriller científico de la vieja escuela (piensen en La amenaza de Andrómeda y no irán muy desencaminados) se vea suplantado por semejante apaño de última hora, una sucesión de tópicos tan desnortada que sólo podría haber salido de la imaginación… de un ejecutivo de un estudio. En una época en la que la duración de los blockbusters tiende a incrementarse temporada tras temporada, este filme debe contentarse con 100 minutos escasos. Y esa, junto a la drástica reducción de riesgos en su último tercio, podría ser la razón de que todo en Cuatro Fantásticos transmita la impresión de una obra a medio hacer.
Si hubiera tenido más tiempo, más apoyos o menos intromisiones, Trank podría haber desarrollado esta historia hasta alcanzar la gloriosa entidad de sitcom con superpoderesque Kirby y Stan Lee otorgaron a su creación más antigua e ilustre. Haber comprendido, por ejemplo, que la dinámica de los héroes es profundamente cómica y familiar (el chico, la chica, el cuñado bandarra y el amigo gorrón) en lugar de existencialista. Pero no ha podido ser así. En todo caso, futuros directores podrán usar el filme para escarmentar en cabeza ajena, imaginándose aquello a lo que se exponen aceptando ese cheque con tantos ceros sin haber negociado antes el control creativo. Para la industria, por su parte, Cuatro Fantásticos debería ser una advertencia: los superhéroes no son una gallina de los huevos de oro. Y los superhéroes imaginados en un despacho, menos aún.
A favor: La película dirigida por Josh Trank.
En contra: La película dirigida por los ejecutivos.