The Revenant es una historia impresionante, épica, una historia que compacta lecturas alegóricas sobre la naturaleza humana.
Cuando la película de El Renacido comenzó a presentarse ante mí, noté algo importante e inusual: la película hablaba por sí misma. De la misma forma que la obra de un escritor se juzga por sí misma y después se habla de éste, algo parecido sucede aquí. Alejandro González Iñárritu, cineasta mexicano, probablemente el paradigma de muchos, nos trae esta gran historia para revelar la metáfora del lado oscuro y sincero de la supervivencia humana. No digo que lo que haga no tenga valor ni trascendencia, sino más bien que, afortunadamente, me falta conocer su universo cinematográfico, dado que además de la presente cinta sólo he visto Birdman, la cual me pareció un retrato psicológico de lo que los actores viven después de un momento glorioso, sólo que dicho retrato estuvo muy bien hecho.
Ahora, con El Renacido (The Revenant, 2016), la atmósfera y la mano constructiva que Iñárritu coloca aquí son profundas, quizá un tanto herméticas en el hilo conductor, además es compleja, muy humana y realista, muy simbólica y también un poco convencional, pero no por ello degradante. No, estamos ante una historia sobre un tipo de redención única que no vemos en el género de acción; DiCaprio interpreta a Glass, un papá taciturno pero firme en sus acciones, que cuando sobrevive al ataque de un oso y, posteriormente, presencia la muerte de su hijo mestizo a manos de uno de sus compañeros, no descansará hasta hacer justicia.
Ésta podría ser la trama central, sin embargo, como dije arriba, la misma puede tener más de una perspectiva, según la persona que vea el filme. Y no es que esto que conté no esté "incluido" aquí, sino que a través de este viaje de justicia humana, sobrevivencia y sentimiento familiar, contemplamos una narración de aventura personal, donde la adversidad podría ser el villano, en segundo plano, del protagonista. A este punto, se suma a la película la excelente fotografía de Emmanuel Lubezki, quien gracias a su ojo, sensibilidad y experiencia, contribuye a que Iñárritu logre ofrecernos una estética visual realmente hermosa, asombrosa, detallada y bien delineada, permitiendo además que se nos haga palpable el sentir las condiciones extremas en sitios poco poblados, como sus personajes. De esta manera, aunque la historia central se polarice entre la venganza o la justicia, tenemos las grandes actuaciones tanto de Leonardo DiCaprio como de Tom Hardy, en quien por momentos vislumbramos el acento que tuvo como Bane (The Dark Knight Rises, 2012), pero quien igualmente se postula como el villano de la película, y con una complejidad muy al estilo de Michael Shannon en El Hombre de Acero (2013): alguien que no es "malo", sino que tiene un objetivo y buscará conseguirlo a toda costa.
La película, con ritmo pausado, va tomando forma, va contando, a manera de vicisitud, la lucha de Glass por sobrevivir y la de Fitzgerald (Hardy) por desaparecer y lograr salir indemne de sus errores. Así, como espectadores somos capaces de presenciar, de asombrarnos, de maravillarnos con el espíritu de lucha de Glass pero también estremecernos visiblemente con las escenas de violencia gráfica, que no es que sean intensas, sino que son concretas y, en este punto, la dirección de Iñárritu con sus planos secuencia, se convierte en algo muy específico, donde la economía de diálogos no resultan un problema para entender las motivaciones psicológicas de cada personaje, lo que sienten y lo que piensan ante los obstáculos; estamos ante un filme "mudo", un filme donde las miradas dicen más que las palabras -valga el proverbio-; Iñárritu, gracias a su coparticipación en el guión al lado de Mark L. Smith, nos regala un viaje redondo, complaciente, profundo, retador, un viaje que quizá no sorprende en el renglón de la innovación, pero que sí es lo suficientemente trascendente y entretenido para enamorarnos con el arte y el riesgo de vivir, manteniendo la fidelidad hacia las personas que amamos y, sobretodo, hacia quienes somos en el fondo.
Pese a que la cinta no tiene muchos diálogos, especialmente en las escenas de DiCaprio, llegué a escuchar en la sala el escepticismo hacia los diálogos "forzados" ("La venganza está en manos del creador") que, honestamente, no me parecen forzados, sino que como ocurre en otras cintas: las referencias religiosas están presentes, dado que la religión por sí misma es un tipo de vida...; el cine se desarrolla en un ámbito casi gemelo, por ello no debería sorprendernos que las alegorías humanas como: superación, sobrevivencia, adversidad, lucha personal, justicia, aceptación a los demás, desprecio, miedo a lo diferente, amor, estén aquí presentes, para teñir la historia que Iñárritu nos presenta con su Renacido, un hombre dispuesto a todo por proteger la imagen de su hijo, de honrar un pasado que forma parte de su persona, y por supuesto que influye en su presente. Si bien la resolución del tercer acto de la película (el clímax), es intensa, necesaria y se ve venir porque es parte de la película, no resulta tan sorprendente como lo imaginamos al inicio.
Además de la violencia física que por momentos resulta tétrica y espeluznante, también presenciamos escenas que podrían resultar escatológicas, pero que son necesarias porque le añaden realismo a lo que estamos viendo. Las actuaciones de DiCaprio y Hardy son apantallantes, ambos, excelentes actores, nos han brindado personajes memorables y con exquisita psicología; comparten créditos en esta película, que se convierte en una muy disfrutable, sobre la historia de un papá que vengará a su hijo al mismo tiempo que trata de recuperar espiritualmente lo que perdió en el pasado, y a Hardy, con un villano interesante y con el que muchos se podrían identificar.
Mucho se ha dicho sobre el deseo de que Leonardo DiCaprio se gane por fin el Óscar. ¿Lo conseguirá con esta cinta? Yo sí se lo daba.