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    El renacido
    Críticas
    4,0
    Muy buena
    El renacido

    El horror y el éxtasis

    por Alejandro G.Calvo

    Aviso: esta crítica cita detalles del argumento de la película. Si uno prefiere no saber nada del mismo, mejor que no siga leyendo.

    Arranca fuerte El renacido, casi podríamos decir, con lo mejor que ha hecho Iñárritu en toda su carrera: unos pioneros que se dedican a cazar pieles de animales son brutalmente atacados por los indios, al creer que estos han secuestrado a la hija del jefe de la tribu. Una larga secuencia filmada con maestría, tanto para el western de acción bruta, como para el bélico bañado en horror, donde los estilizados planos secuencia marca de la casa sirven tanto para mostrar el plano general de la batalla como los múltiples detalles que deja tras de sí la barbarie. Y eso que es solo un aperitivo de lo que vendrá a continuación. Al igual que Steven Spielberg realizara en Salvar al soldado Ryan (1998), la brutal batalla de arranque de El renacido sirve para encuadrar el escenario moral en el que se desarrollará el resto de la acción: en una tierra inhóspita, donde la ley y la justicia son meros paradigmas éticos, un puñado de hombres salvajes -ya sean inmigrantes o americanos nativos- harán lo que sea con tal de salvar su pellejo (o cabellera); unos tratando de llegar a salvo al fuerte que los cobija, otros a la caza y captura del hombre blanco.

    Alejandro G. Iñárritu se siente cómodo mostrando el lado más oscuro del alma humana, eso es algo que sabemos desde que se dio a conocer con Amores perros (2000); pero si en algo es experto es en someter a un cruel via crucis a sus personajes protagonistas, en la mayoría de las casos, siendo incapaz de ponerse límites a la hora de retratar ese horror. El peor de los casos es sobradamente conocido: Biutiful (2010) es un verdadero almanaque de pésimas decisiones, tanto narrativas como morales (si no es lo mismo). El mejor, curiosamente, lo encontramos en Birdman (2014), donde al suavizar la carga dramática y sublimar la parte satírica, el cineasta mexicano pudo equilibrar mejor su extraño gusto a la hora de poner en escena todo tipo de pesadillas, más que kafkianas, jungianas.

    Si a algo recuerda El renacido es a la tan maravillosa como bárbara novela de Cormac McCarthy “Meridiano de sangre”. Un relato fronterizo donde la tortura, las mutilaciones y los asesinatos más salvajes tiñen de sangre la huída hacia adelante de un joven a medio camino entre los EEUU y México. En El renacido existe ese corpus brutal, donde el sufrimiento extremo es el leit-motiv básico sobre el que gira la cinta. El protagonista, Hugh Glass (Leonardo DiCaprio), una especie de guía en el infierno nevado, deberá sobreponerse a las terribles heridas sufridas cuando es embestido por un oso -una secuencia de violencia mayestática que pasará a los anales del cine- para así tratar de regresar al fuerte y dar rienda suelta a su venganza sobre los compañeros que le dejaron atrás. Cada paso que da, es ya no solo una muestra de tenacidad infinita, sino un nuevo latigazo en su continuo padecimiento. El western vira hacia el cine de aventuras, siendo esta entendida como un acto de supervivencia en el límite de la vida y la muerte.

    El ying (estética) y el yang (ética) al que nos tiene habituados Iñárritu tampoco desaparece en esta película (y eso que es lo mejor que ha hecho nunca). Vaya, que si el cineasta se hubiera limitado a poner en escena la aventura (y posterior vendetta) de Glass ciñéndose a los actos, estaríamos ante una película magnífica (al menos, para los que disfrutan de un cine nutrido en lo violento). Pero claro, al firmar quien firma la obra, el yang pesa mucho. De ahí que Iñárritu se empeñe en aplastar la cara de un extenuante DiCaprio en planos cada vez más cerrados, donde las babas y los mocos del actor subrayan su padecimiento sobrenatural. O, aún más delirante, que salpique el relato de planos místicos, donde un delirante Glass sueña con su esposa fallecida levitando o veamos como nacen pájaros del interior de heridas de muerte. Un añadido que sólo se puede entender como un patinazo más en la obra de un director tan fascinante como esquivo.

    A favor: Tom Hardy, una bestia de la interpretación, aquí aterrador como villano desollado.

    En contra: Las alucinaciones del protagonista.

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