El mensajero del miedo
por Mario SantiagoDisfrazar una nueva paranoia con el vestido de gala de una vieja paranoia: ese parece ser el lema de 'La sombra de la traición'. Una estrategia que genera más de un interrogante. Por ejemplo: en la era del terrorismo integrista-religioso-fundamentalista-global, ¿qué sentido tiene sacar a colación las viejas batallitas de la Guerra Fría entre americanos y soviéticos? Uno podría imaginar que el director y guionista de la película, Michael Brandt, aspira a utilizar aquella vieja contienda (tan fría como subterránea y cargada de simbología) para reflexionar sobre los miedos que atenazan a la Norteamérica actual. Sin embargo, lejos de la radiografía social, la película toma otros derroteros más lúgubres y fantasiosos.
El monstruo que alimenta los horrores de 'La sombra de la traición' tiene nombre de cónsul de la edad antigua o de boxeador de la edad moderna: Cassius, un temible espía ruso que, como el Keyser Söze de 'Sospechosos habituales', parece estar en todas partes y en ninguna. Su implacable poder de destrucción le ha convertido en leyenda, todo un objeto de fascinación para Ben Geary (Topher Grace), un joven y ambicioso agente del FBI, autor de una tesis doctoral sobre la bestia rusa. Para completar el mito, Cassius parece ser inmortal: cuando todos le daban por muerto y enterrado hace décadas, el fantasma del superagente reaparece en escena, provocando el pánico en la CIA, que decide recurrir al único agente norteamericano capaz de acabar con el monstruo: un Richard Gere equipado con su perenne máscara de hombre atormentado.
'La sombra de la traición' tiene más dobles que una película de Brian De Palma o que una teleserie de J.J. Abrams, aunque a Michael Brandt, el director, le interesa bien poco reflexionar sobre los mecanismos del cine (el arte de De Palma) o sobre la fragilidad y maleabilidad de la ficción (el juego de Abrams). Brandt aspira simplemente a entregar un thriller político y psicológico de buena factura... y lo cierto es que fracasa en casi todos los sentidos. Como thriller psicológico, el filme desemboca en una rutinaria ficción con psicópata acosa-familias; con el añadido de que el monstruo atraviesa una suerte de despertar moral. Apunto de sucumbir ante la culpa, el villano se convierte en su propio enemigo.
Luego, como thriller policial, la película echa mano de la fórmula de la buddy movie en su versión de "poli-bueno, poli-malo". Un planteamiento que hace aguas tanto por la ramplonería del guión como, sobre todo, por la catástrofe actoral que contiene el filme. A un lado del ring encontramos a Topher Grace, un actor sin arreglo. El chico se fraguó una tropa de fans gracias a su papel en la sitcom 'Aquellos maravillosos 70', una serie en la que se encomendaba a un grupo de interesantes jóvenes actores (allí estaban Mila Kunis y Ashton Kutcher) una misión imposible: recrear entre paredes de cartón piedra la pálida efervescencia juvenil de los años setenta. Aquel simulacro atrofiado caló hondo en el espíritu de Grace, que ha hecho de su carrera como actor todo un himno al gesto postizo. Y luego, en el otro lado del ring merodea Richard Gere, ¿un actor? Con el tiempo, el rostro y la pose de Gere (otrora fuerzas icónicas a tener en cuenta) se han ido vaciando de todo temple o expresividad. Convertido en un dinosaurio canoso abocado a la melancolía, Gere entrega película a película su peor cara: la de un animal moribundo desconcertado y muy poco convincente.
En realidad, de todas las caras de este filme fallido, la más interesante es seguramente la (a)política. A primera vista, 'La sombra de la traición' parece reclamar la herencia de ese gran thriller político que es 'El mensajero del miedo', de John Frankenheimer. También resuenan en sus imágenes los ecos de las novelas de espías de John Le Carré. Ahí están los agentes dobles y, sobre todo, la fijación paranoica por la figura del "enemigo interior": el infiltrado que disemina el mal desde el corazón de la nación, en este caso la americana (tesis sobre la que se sostiene una teleserie verdaderamente contemporánea como ‘Homeland'). Sin embargo, la película de Brandt apuesta por neutralizar casi todo anclaje con la realidad. En lugar de apelar a los temores propagados por la "Guerra contra el terror" que inauguró el tándem Bin Laden-George W. Bush, la película apuesta por una cierta abstracción que la desplaza, como ya se ha apuntado, hacia la fórmula del cine de psicópatas. Quizás sea el nuevo sueño americano: convertir a los villanos de la Historia en monstruos desdibujados. En el caso de 'La sombra de la traición', los terrores contemporáneos se difuminan en brazos de una ficción anacrónica.
A favor: La delirante recta final del filme.
En contra: El desdén que muestra la película hacia su posible dimensión sociopolítica.