Carlos Lucas se encrespaba al oír hablar de El viaje a ninguna parte. Él sabía adónde iba.
De otro modo habría desertado, como tantos de sus compañeros, de un oficio en el que siempre estuvo en el pelotón. Si acaso, un triunfo de etapa le permitió subir al podium y ser el centro de atención durante unos minutos. Después, vuelta al anonimato.
Rodaba entre los modestos, empujando al líder. Parece que las grandes batallas se libran solo delante, pero aquí también hay codazos y cruces malintencionados. En los bordes de la carretera los rostros quedan atrás como manchas borrosas. Entre los que pedaleaban a su lado unos abandonaron por cansancio, otros sufrieron una caída, aquellos fueron descalificados por no jugar limpio. Pero él seguía dándole al pedal después de setenta y dos años, esperando ver la pancarta de meta.
Carlos Lucas podía haber sido ciclista. O cosmonauta. O banderillero… Pero fue actor de reparto.