Sin término medio
por Carlos LosillaEl cine de Roman Polanski no tiene término medio. De la monumentalidad al intimismo,nada puede caber en el espacio que se extiende entre ambos formatos. Sin embargo, hayque entenderlos a su manera, es decir, no como dicta la ley del género hollywoodiense, sinoúnicamente como él los concibe. 'Chinatown' (1974) es un gran fresco sobre el cine negro, como'Tess' (1979) u 'Oliver Twist' (2005) lo son sobre el cine literario, pero detrás de esa aparentepompa y circunstancia siempre hay un sarcasmo que neutraliza cualquier tipo de convención.Del mismo modo, 'Repulsión' (1965) es una película íntima, como 'El quimérico inquilino' (1976),pero la soledad de los personajes no garantiza estudio psicológico alguno, sino la malsana,distante observación de un implacable proceso de aislamiento y degradación. 'El escritor'(2010), su penúltima película y una de las más memorables de su filmografía, sería en estesentido una especie de summa de su cine: el desmoronamiento mental de un personaje en unambiente a medio camino entre Franz Kafka y Alfred Hitchcock.
Desde ese punto de vista, 'Un dios salvaje' pertenece sin duda a la segunda categoría. Partiendode la obra teatral de Yasmina Reza, la estrategia consiste en encerrar a cuatro personajesen una habitación y observar minuciosamente de qué manera el barniz de la civilización seresquebraja poco a poco para dejar paso a la violencia y lo irracional. La excusa es de unaextrema debilidad: la pelea entre dos niños, y la agresión de uno de ellos, provoca que lospadres de ambos se reúnan para intentar zanjar el tema de acuerdo con la legalidad y lasnormas sociales. A lo largo de una tarde progresivamente infernal, los rituales, las ceremoniasde la buena educación burguesa, dejan ver lentamente su patio trasero, hecho de furia yespíritu de venganza. Como ha hecho en tantas otras ocasiones -la más notable y meritoria:'La novena puerta', a partir de una novela de Arturo Pérez Reverte-, Polanski finge ceder a latentación de la obviedad para desviarse por caminos inesperados, casi siempre cercanos a lacrueldad y el delirio. De esta manera, la evidencia de la metáfora inscrita en la obra original -elhombre es un lobo para el hombre- no desaparece del todo, pero se integra en un conjuntomucho más amplio. En el fondo, la película de Polanski explora el lenguaje y la gestualidadcomo supuestas herramientas de entendimiento que acaban haciendo el mundo ininteligible.
Se trata, pues, de un trabajo menor, una pieza de cámara concebida casi como una miniaturade extrema fragilidad. Pero 'Un dios salvaje' consigue salvar todos los escollos propios desu condición gracias, sobre todo, a dos estrategias concebidas y ejecutadas con habilidadde virtuoso. Primero, la dirección de actores condiciona una puesta en escena a la vezescrutadora y distante, una mezcla de curiosidad e indiferencia que convierte a los personajesen conejillos de indias en manos de un dios no tan salvaje como impasible ante la fragilidadhumana. Y segundo, la simple inserción de dos planos, al principio y al final, que fingen darcuenta de la refriega infantil, no están concebidos para aclarar lo ocurrido, sino para subrayarla opacidad de lo real, la distancia que nos separa del mundo. Si a ello se añaden las complejas,matizadas, en el fondo retorcidas composiciones de cuatro intérpretes de excepción, entonceseste último "ejercicio de estilo" del maestro Polanski quizá revele su verdadera naturaleza:otro estudio clínico no sólo sobre la paranoia inherente a la condición humana, sino tambiénsobre la estrecha frontera que separa eso que llamamos "realidad de las ficciones sobre lasque acostumbramos a construir nuestras vidas.
Lo mejor: El cuarteto protagonista en manos de Polanski.
Lo peor: El aparente esquematismo de su discurso.