¿Cómo? ¿Quién se atreve a decir que en España no se hacen obras magnas a la altura de las mejores en Europa? ¡¡Pues claro que se hacen!! Y en los Goya tuvimos ocasión de comprobarlo. He aquí una magnífica muestra del mejor cine español del momento, la última película de Agustí Villaronga que lleva por título una combinación de palabras que posee un gran significado para la violenta historia que se nos cuenta, situada en la posguerra civil dentro de un pueblo de la Cataluña rural marcado por una situación social dura y extrema donde las delaciones y las purgas cometidas por los vencedores de la contienda son sucesos tan lamentables como cotidianos. La habilidad del director es saber introducirnos en ese universo tenebroso y asfixiante a través de la mirada de un niño que se verá arrojado de improviso, con la precipitada huida de su padre por motivos que irán creciendo en densidad y complejidad a medida que se desarrolle el relato, a una nueva educación sentimental rodeado de un entorno donde la naturaleza, la superstición, el miedo, la enfermedad, la venganza y, por supuesto, la violencia extrema encauzarán una apertura existencial a realidades turbadores que cambiarán por completo el futuro probable de su existencia. La película se abre al espectador con uno de los inicios más perturbadores y brutales que se recuerdan, una verdadera declaración de principios que marca el tono sombrío de la película desde su mismo comienzo, introducida poco a poco en terrenos de pesadilla pero manteniendo también el tono naturalista, sin haber caído por ello (otro acierto que cabe atribuir a su extraordinario guión que adapta la novela de Emili Teixidor) en las facilidades ofrecidas por un cierto tipo de realismo mágico por el que sin duda podría haber optado y que afortunadamente no elige. Turbia, desasosegante, provocadora y áspera, “Pan negro”, magna obra que por cierto es preciso disfrutar en versión original en catalán para apreciar el monumental trabajo actoral de todo el reparto, avanza firme hacia territorios de insoportable ambigüedad moral sin perder de vista la triste realidad de los vencidos, pero tampoco dejándose engañar por los cantos de sirena de cierto barniz idealista que trata de ocultar las miserias del corazón humano, del bando que sea, mediante una retórica protectora y justificativa. Comprender no es equivalente a justificar. Por eso la película de Villaronga es capaz de adquirir una dimensión trágica tan singular y profunda en su tercio final, donde alcanza unas cotas de perfección, densidad y profundidad difícilmente igualables de haber optado por un discurso más complaciente o políticamente correcto. Para suerte del espectador, que a estas alturas de la película ya debería andar completamente hipnotizado y rendido a los pies del cineasta catalán, el desenlace huye de lo convencional y pasa de largo por lo esperado, ofreciendo una conclusión radical, perfectamente ajustada a la lógica del propio relato y sin concesiones. ¿El resultado? Deslumbrante, una de las mejores cintas del cine español contemporáneo y una obra que se fija en el recuerdo y que vive en la memoria despertando sensaciones y recuerdos reales o imaginarios, escuchados o recreados, para tratar de dar sentido no lineal y poliédrico a una catástrofe moral cuyos devastadores efectos todavía se dejan sentir en muchos de los traumas con que sigue conviviendo la triste realidad española actual. Memorable.