Dos tetas como reemplazo y apertura al olvidado orgullo de uno.
El despertar de la invisibilidad, el hallar un hueco, el hacerse respetar, todo gracias a esa alzada de actitud y cabeza que otorgan la anestesia de la maravillosa y hallada química, más ese viaje a paraíso perdido donde todo vale nada, excepto la opinión y felicidad de uno.
Porque abren los ojos y dan coraje, ánimo y valentía de coger lo suyo y hacer realidad los sueños, puede que no todos, e incluso ninguno, pero la atrofiada y desganada vida se soporta y lleva con más apetencia y optimismo desde ese conformismo somnoliento y entumecido, sordo y pasota de quien vive para su querencia y que los demás se adapten a ella.
Porque se acabó ir a remolque, la humillación y vergüenza, la burla y pisoteo se desvanecen ante esa actitud chulesca de mancebo hecho adulto, cuya mayoría resuena en todos frentes y que Sam Rockwell sabe retratar con ese porte desgarbado y excedido, gamberro y bromista de perdedor que, a pesar de seguir perdiendo, encuentra acomodada ganancia que le vale para mejorar su existencia y la atención y admiración de quienes le rodean; no son los ideales pero ¡qué se va a hacer!, puede ser apto si se observa con la mirada atontada, dulce y distorsionada que ofrecen las fantásticas pastillas y el mundo que éstas ofrecen, hasta que el espabilado genio de la lámpara no necesite de más deseos edulcorados para afrontar su maltrecha realidad con positivismo de cambio.
Geoff Moore y David Posamentier escriben y dirigen un clásico envuelto en aires de disparate cómico, disfraz ingenuo para una nueva versión de paleto vuelto sabio y diestro gracias a esa deslumbrante amante y los planes de socorro que van tomando forma, belleza y sexo para encandilar al memo mandril y que realice la sucia maniobra de deshacerse de la molesta basura; camino obvio de resultado esperado pero, con todo, resulta amena, entretenida y solvente como pasatiempo modesto de hora y media.
Propuesta independiente que no osa alcanzar grandes cuotas, vende modernidad y erotismo, con la bella Olivia Wilde de seductora telearaña, base de un thriller, en el fondo, muy tradicional y casero de drama ausente y diversión ligera.
Vive de extremos personajes cuya absorción es tibia y mediocre, no involucra, ni atrapa o estimula, aporta una visión relajada y cómoda de presenciar el teatro sin excesivo esfuerzo y estando, con facilidad, al tanto de los pasos; agilidad de duración apropiada, sin complicado contenido, que se respira con trivialidad y descanso, devaneo oportuno para momentos de distensión donde no importa la delgadez y estrechez del argumento, la simpleza del contenido y la menudencia interpretativa, quieres pasar el rato y aliviar la mente, que el día ha sido duro y largo; y con esa función establece su horma con precisión y eficacia de consumirla sin indigestión y olvidarla tras su paso, para que no ocupe espacio en una mente saturada que brevemente dejó paso al esparcimiento plácido y moderado.
Mejor viviendo a través de la química, panfleto de estilo que no aporta tanto entusiasmo como se espera, la fórmula de la felicidad como título de gazapos traductores cuya seguida nadie entiende, bobería fresca de derroche controlado para descanso de las tensiones; no las logra desaparecer, pero alivia temporalmente el espacio y tiempo dedicado a su percepción y gasto, ¡como la química y sus derivados, vamos!
“La clave para avanzar es empezar” a disfrutar la sensación de ir ganando; “ no se puede ayudar a todo el mundo, pero todo el mundo puede ayudar a alguien, y a veces, ese alguien eres tú”; empieza, avanza y medio gana.
Lo mejor; brevedad realizada con gusto de entretener y sonreír.
Lo peor; su transgresora imaginación recae en un costumbrismo de cartero, que llama más de dos veces, muchas veces visto.
Nota 5,3