En el océano nadie puede oír tus gritos
por Gerard CasauNo es muy frecuente que una franquicia de cine fantástico alcance el cuarto capítulo con sus máximos responsables todavía al frente de la locomotora. La implicación directa de Jaume Balagueró y Paco Plaza en todas y cada una de las entregas de [REC] ha actuado como control de calidad, asegurando que la saga no decayera en lo absolutamente inane, pero su lealtad a este universo de infectados rabiosos llega a su fin con [REC]4.
Temerosos de que el magnetismo de [REC] (un proyecto conjunto que, no lo olvidemos, nació con vocación de asilvestrada obra menor) proyectase una sombra demasiado alargada en sus filmografías, después de pergeñar [REC]2 Balagueró y Plaza decidieron repartirse las tareas de dirección de la tercera y cuarta entrega. Una opción juiciosa, que les permitía aflojar un poco la cuerda que los ataba en exclusiva a la serie (en este tiempo, Balagueró pudo dirigir Mientras duermes, su estreno en el thriller) y, al mismo tiempo, despedirse de la franquicia probándole nuevos trajes a su creación.
De este modo, en [REC]3 Génesis Paco Plaza dio rienda suelta a una vena humorística que trasladaba la violencia del terrorífico original a un contexto no muy lejano del splatstick de Braindead. La ruptura de tono hacía del tercer capitulo un equivalente a El ejercito de las tinieblas en la saga Posesión infernal: Una prolongación del relato que mutaba las señas de identidad de la idea primigenia hasta identificarla con otro género (la fantasía, en el caso del filme de Sam Raimi; la comedia, en el de Plaza). Por su parte, [REC]4 parece establecerse como summa definitiva de la saga, y compila elementos de los [REC] precedentes: del primero, rescata el protagonismo de Ángela Vidal (Manuela Velasco) y el interés por explotar las posibilidades angustiosas de un escenario; del segundo, el acercamiento al cine de acción, que es encarnado en el fornido miembro de una unidad de fuerzas especiales; del tercero, una comicidad que salpica buena parte del metraje, especialmente cuando hace acto de presencia el personaje de una anciana desorientada, extraída de la boda roja narrada en el filme de Plaza.
Como ya sucedía en [REC]3 Génesis, Jaume Balagueró ha querido prescindir del formato found footage que caracterizó los dos primeros episodios de la saga, agotado con las múltiples cámaras de [REC]2. La verdadera esencia de [REC], parece decirnos, se encuentra en otro lado: el diseño de un escenario único y opresivo, del que los personajes no pueden escapar. En esta ocasión, un enorme barco al que han sido trasladados los supervivientes de los sucesos acontecidos en aquel edificio típico del Eixample barcelonés. El buque (un espacio lúgubre, en el que Balagueró disfruta filmando sus fulgores metálicos y ocres) está tomado por militares y científicos que tratan de descifrar las causas de una infección que convierte a todo hijo de vecino en una bestia sedienta de sangre. y, como es de esperar, los acontecimientos no tardan en descontrolarse...
Empleando inteligentemente el material grabado por la cámara digital del primer [REC] como un instrumento esencial para el desarrollo de la trama, Balagueró pone de manifiesto su conciencia autoral, su voluntad de construir un epitafio a su propio legado. Pero la agresividad en bruto de ese metraje también señala que las ideas del director leridano y de Plaza resultaban mucho más inquietantes y efectivas en su exposición inarticulada que en la posterior voluntad de desarrollar un imaginario. Algo que se traslada también a la actuación de Manuela Velasco, infinitamente más potente en su primeriza encarnación de un émulo de su trabajo como reportera televisiva (no había personaje, solamente la fisicidad y el pavor de una mujer sometida a un tormento inexplicable) que no ahora, con Ángela Vidal dotada de background y forzoso arco argumental.
En cualquier caso, el director sí sale airoso de la empresa de culminar la metamorfosis del terror puro de [REC] en epopeya de adrenalina trash, que ante el peligro de resultar risible prefiere provocar ella misma la risa cómplice. Una juerga que se hubiera beneficiado de un poco más de genuino desmelene; que sabe a despedida pero que también deja una puerta abierta, a la espera de que una nueva cantera de directores se decidan a cruzarla.
Lo mejor: La integración del material grabado en el primer [REC].
Lo peor: La imposibilidad de repetir el impacto de la cinta original.