¡No pienses! ¡Actúa!
por Alejandro G.CalvoSinceridad ante todo: ni me gustó Top Gun (Ídolos del aire) (1986) cuando la vi de pequeño, ni me ha vuelto a gustar cuando la volví a ver ayer por la noche, por eso de refresacarla antes de enfrentarme a su segunda parte: Top Gun: Maverick. Y es raro, porque de Tony Scott, director de la primera (e icónica) película, me gusta casi todo: El ansia (1983), Superdetective en Hollywood II (1987), El último Boy Scout (1991), Amor a quemarropa (1993), Marea roja (1995), El fuego de la venganza (2004), etc. Pero no Top Gun. Quizá fuera la sensación de estar fuera de un fenómeno mundial -por mundial, me refiero a mi clase de EGB, que andaban chicos y chicas locos con ella-, que amasó 350 millones de dólares en su estreno y ascendió a Tom Cruise a un estrellato del que ya nunca se ha bajado.
Top Gun, con su virilidad desbocada y aún así con un poso queer indudable, su patriotismo desbaratado, su historia de amor meliflua, ese “Take my breath away” de Berlin que suena 16 veces en el track, esa Meg Ryan dando ánimos a Tom Cruise, ¡y no al revés!, cuando ha muerto su marido y padre de su hijo… vaya, que no es una película que me satisfaga.
Dicho eso, normal que Top Gun: Maverick me parezca muy superior a la primera entrega. Y eso que viene de la mano de un director tan despersonalizado como Joseph Kosinski, al que parecen haber llevado de la mano ya no solo Tom Cruise, verdadero alma máter del proyecto, sino los guionistas Christopher McQuarrie -el bestia detrás de las últimas Misión: Imposible- y Peter Craig -coautor del libreto de The Batman (2022)-.
Esta secuela que llega 36 años después de la primera entrega y con Cruise cumplidos los 50 años -da lo mismo: está más joven que yo con 12-, y que recupera a Maverick ahora como instructor / coach de la crème de la crème de la aviación norteamericana contemporánea, los “Top Gun” del Siglo XXI, entre los que se haya Rooster (Miles Teller), hijo ya crecido de Goose (Anthony Edwards), fallecido dramáticamente en la primera entrega. Cualquier excusa es válida y más en la época que la nostalgia vende mucho mejor que la cinefilia.
Top Gun: Maverick acierta de lleno al plantear la aventura como el principal motor dramático de la cinta. Sigue habiendo ruido argumental: una historia romántica que no viene al caso, personajes jóvenes de los que apenas llegaremos a saber nada -aquí lo que importa es Tom Cruise y nada más que Tom Cruise-, rivalidades patrióticas inconcretas -¿quién es ese enemigo anónimo al que hay que atacar?, etcétera. Pero cuando la película se pone en faena, bueno, eso ya es otra historia.
Cuando la película se deja de zarandajas nostálgicas, entonces alza el vuelo. O por seguir con metáforas melifluas: mucho mejor cuando están atacando con los aviones que cuando se dedican a jugar al rugby-playa en plena puesta de sol. Y es que si Top Gun: Maverick merece la pena, es por su bastante impresionante media hora final.
Justo cuando la acción, tan postergada, estalla, y vemos a los aviones volar, pelear, disparar y recibir misiles y ráfagas de metralleta, explotar en el aire, pilotos eyectándose en paracaídas, Tom Cruise corriendo (que no falte)... ay, amigo, eso ya es otra historia. Ahí aparece algo importante, algo probablemente anacrónico y ya casi olvidado en un mundo hasta donde te meten CGI para retratar un shakespeare: el sentido de lo trágico a través de una misión suicida, muy bien explicada con anterioridad y bastante bien narrada a la hora de mostrar la acción, que hacen que realmente todo esto que estamos viviendo merezca realmente la pena.
Sólo pensar qué habría hecho Tony Scott (¡o Clint Eastwood!) con esa carrera final, me hace salivar aún más.
DE QUÉ VA TOP GUN MAVERICK
Después de más de 30 años de servicio, a Pete 'Maverick' Mitchell (Tom Cruise) su reputación le precede. Maverick fue uno de los mejores aviadores de la Armada, condecorado con medallas de combate y menciones, y responsable de hazañas legendarias. Claro que él no se esperaba volver a la academia de pilotos de combate Top Gun, donde le requieren como instructor de vuelo para formar a una nueva generación de jóvenes pilotos de combate, hombres y mujeres. Allí conocerá a Bradley 'Rooster' Bradshaw (Milles Teller), el hijo de Goose, su antiguo compañero fallecido, mientras intentará adaptarse a las nuevas tecnologías y la guerra de los drones.