Papá, quiero ser artista
por Alejandro G.CalvoSorprende y mucho la lapidación crítica a la que ha sido sometida After Earth, última película del otrora aplaudido (y muy mimado) M. Night Shyamalan, todo un festín sci-fi que hará las delicias tanto de todos los amantes del género (en general) como de los fans de las películas selváticas pobladas de monstruos (en particular). Y es que After Earth, diatribas cienciólogas al margen –no debo ser un experto en el tema: yo el único panteísmo que vislumbré es el del altar a la familia, algo habitual (y brillante) en el cine de Shyamalan-, es un divertimento fantacientífico que mezcla la aventura personal –un joven debe recorrer cien kilómetros en una Tierra mutada en un terreno prehistórico marciano plagado de trampas mortales- con el delirio post-tecnológico donde lo orgánico y lo computerizado se fusionan en todo tipo de alucinantes gadgets retro-futuristas: ojo al traje que viste el protagonista, es el sueño de todo geek apasionado por la ciencia-ficción.
Lustrosa serie B (con presupuesto de A), está claro que After Earth dista mucho de ser perfecta: no lo necesita, no lo quiere. De hecho, está más cerca de ser un remake de aquellas entrañables adaptaciones de cartón-piedra de Julio Verne –Viaje al centro de la tierra (1959), Misterio en la isla de los monstruos (1981)- que de querer competir en el terreno distópico de tanto blockbuster contemporáneo. Aquí el disfrute llega por dos caminos: tensando la cuerda del suspense del relato de supervivencia –o el chaval llega a su objetivo o mueren- y mediante esa adrenalínica walk-movie plagada de encuentros extremos con la muerte –gradientes de temperatura extremos, sanguijuelas venenosas, tigres mutados, etcétera-. Está claro que el poder dramático de la cinta se diluye cuando uno ve gritar y gimotear a Jaden Smith, dado lo limitado de su talante interpretativo, o que igual a Shyamalan se le va la mano a la hora de utilizar los flash-backs para explicar la tragedia familiar que marca la relación padre-hijo. Detalles que uno tiene que pasar por alto (si quiere, claro) para poder disfrutar del gran divertimento que habita dentro de esta, sin duda, vibrante, inteligente y espectacular película.
A favor: El diseño sci-fi y ese magnífico monstruo –Ursa- que huele el miedo humano.
En contra: El nuevo príncipe de Bel-Air