Tras el rapper de voz teleñeca y acento de New Orleans se esconde alguien, pero nadie sabe quién. Depende de cómo mires te encuentras al ex-gangsta tiroteado que perdió la virginidad a los 11; o al padre adolescente y niño interior; o al adicto que bebe (y basa su creatividad en) un mejunje dulzón al que llama “purple drank”, y que no es otra cosa que jarabe para la tos con Sprite. Y que no le deja dormir. Nunca. O quizás Lil’ Wayne sea todo eso y más, metido en el cuerpo musculoso de un duende tatuado de la rima espontánea. Que graba que graba que graba todo lo que se le ocurre y más, en sesiones maratonianas de corta-y-pega hasta el infinito, en hoteles y lavabos y autobuses. En todo caso, Wayne Carter es el artista #1 del hip hop mundial, y la gente sigue sin saber qué hay detrás. Este filme de su gira europea del 2008 no va a solucionarlo todo, pues Carter, que había dado su conformidad al inicio del proyecto, se negó a hacer declaraciones directamente a cámara. Así pues, lo que vemos es lo más feo y guapo del personaje, en su vida diaria, mediante sus letras, dando entrevistas, humillando a un pobre diablo que le habla de “poesía” y entrecerrando los ojos por culpa de toda esa codeína antitusiva. El resultado asusta y conmueve, vive Dios