Hay que reconocerle a Mark Wahlberg su astucia como productor: de 'Boardwalk Empire' a 'Entourage', la suya es una trayectoria con clase y punch por el Box Office, como bien demostró la pasada temporada en 'The Fighter'. Precisamente decía hace poco en las páginas de Sensacine que el éxito de aquella película había posibilitado realizar la que ahora nos presenta, un 'Contraband' que pretende llevar al paisaje del sur estadounidense la gélida 'Reykjavik-Rotterdam'; declaraciones que, pese a demostrar que tiene bien aprendida la lección de cómo funciona el business, provocan no pocas suspicacias.
Por una parte, que al otro lado del Atlántico consideren la creatividad del autor europeo la panacea para la industria cinematográfica estadounidense, como señalan autoflagelándose muchos de los que trabajan en ella, subraya el victimismo en el que ha caído el sistema. En esa posición se sitúa el otrora Marky Mark, quien con su discurso de cristiano redimido y a cuentas de vendernos su película, encima piensa que nos descubre el thriller nórdico como el repulsivo de la narración contemporánea. A estas alturas.
Por la otra, y ya en materia, 'Contraband', si nos ponemos metacinematográficos, podría dar título a lo que Baltasar Kormaku y Wahlberg hacen con la película original, sino fuera que eso sería otorgarles demasiada importancia y peor aún, romanticismo. Y es que poco queda del original islandés en el filme actual, a excepción de Kormaku, ahora tras las cámaras ejerciendo de remake de Michael Mann y James Gray. Tampoco ha de verse como un drama, si no fuera porque la cosa no cuaja como debería. Pese a que Wahlberg ha llevado la historia al imaginario estadounidense –la del chico arrepentido que regresa al mal camino para proteger a los suyos, es decir, su propia vida-, hay una continua desvinculación entre cada uno de los elementos narrativos y el conjunto parece crecer como un continuo de despieces y no como una suma. En resumen, tan impactante e inverosímil como el color que luce la guapa Kate Beckinsale en pantalla. De Razzie.
Lo mejor: las mechas de Kate Beckinsale.
Lo peor: el descoloque total con la película, la sensación de no saber dónde se está.