En esta película Juan Cavestany muestra con más claridad que en “Gente en sitios” un plan y un lenguaje mediante el cual podemos llegar a entender sus intenciones. Hay unos contenedores disciplinadamente colocados esperando que alguien que disponga de barcos los lleve a algún sitio y que por lo tanto les dé sentido a su existencia de alguna manera. ¿Un contenedor que no va a ningún sitio para qué ha sido creado?. Pero contenedores cerrados, incapaces de comunicarse entre ellos. Y alrededor de esa imagen que se repite a lo largo de la narración se mueven los personajes de la historia, tan cerrados, tan incomunicados como los contenedores.
El personalísimo cine de Juan Cavestany que va más allá del cine de autor, en cuanto que no pierde nunca de vista al espectador, a favor de la historia, al que muestra un retrato de la sociedad de nuestro tiempo, un estado humano determinado, una masificación tecnológica e industrial en la que el hombre ha perdido cualquier guía posible de pensamiento y comportamiento, su soledad, su incomunicación, el sinsentido de la existencia como marcas del momento que vivimos.
Somos contenedores clasificados, sólidos pero encerrados en sí mismo, esperando barcos para ir dónde… de ahí el ofrecimiento: Dispongo de barcos.
Las películas de Cavestany, seguramente forzadas por los cortos presupuestos, se han acomodado a la cámara precaria, los colores y la fotografía casi de aficionado, huyendo de toda posible complacencia.
Sus personajes, caricaturas cargadas con la infelicidad del hombre, que escuchan paredes, que se peinan con las manos después de haberlas mojado en un charco, que buscan a alguien que les selle unos papeles, quien quiera que sea, que compran en un puesto de un mercado cerrado, todos de alguna manera subyugados por una existencia a la que sirven y de la que no son cómplices. Imposible serlo.
“Dispongo de barcos” no es diferente a “Gente en sitios”
El guión se compone de diálogos absurdo que revelan una incomunicación entre una pareja de homosexuales, el buscador de un sellador de papeles, un emprendedor que no acaba de encontrar qué emprender y un matrimonio formado por un hombre y una mujer que ha encontrado en un descampado se supone que muerta.
Cine cargado con todos los adjetivos que posiblemente más pueden explicar nuestra vida, o al menos reflexionar sobre ella, y que paradójicamente menos aparecen en las salas comerciales. Porque es un cine que pone la cabeza como un bombo. Y eso, ¿A quién le interesa? Pues a mí, por ejemplo. Y mucho.
Fruto de ese posicionamiento el cine de Juan Cavestany es valiente y arriesgado. Que ya es de agradecer.