"Ellos me ayudaron, me ayudaron a despertarme de mi mal sueño de hippie"; la pregunta es ¿quién me ayuda, a mi, a despertarme de este galimatías psicodélico que tiene el ego muy alto para lo poco que alcanza?, tanto movimiento suntuoso, diálogos alborotados y conversaciones aturdidas, de las cuales, se salva una de cada diez.
Aún me pregunto por qué he tenido el valor de acabar dicho perdido relato cuando, a una hora de su proyección, ya iba despistada, extraviada y dándome todo igual; porque sí, con pena en el alma hiriente, me da igual quien haya muerto, desaparecido, vuelto y resucitado o encontrado medio drogado ya que, ¡por Dios!, que lío mental, de surrealismo vicioso, sacado de madre y vendido como obra maestra para una historia que vive de su magnífica puesta en escena -limítate a ello- y un fantástico Joaquín Phoenix que se come la pantalla a cada paso y aparición y que, lamentablemente, es lo único decente de un desfile de actores conocidos, pegados con un falso posit, de escasa rentabilidad y provecho y un rodar los fotogramas hasta acabar por saturar y cansar, al espectador, en este barullo sin incentivo ni estímulo que no sea cargar la mente con datos que, ni coges ni enlazas por muchas vueltas que les des y al que puede que, haya que estar igual de alucinado que su protagonista para poder seguir la estela de la maníaca excentricidad narrada.
No se si es el antecedente hippie de Mike Hammer, ya con sombrero ocasional pero sin bigote ni porte lustroso -aunque, eso sí, un genial moldeado/tinte/espachurrado que ¡no veas!, ¡ríete de los años setenta!-, o un Magnum polvoriente, que necesita una ducha, a quien han cambiado la pistola por papelinas y mechero o, un mísero y desdichado colgado que apenas sabe dónde se encuentra, lo que dice y que alucina el solito siendo el héroe de su exclusiva rallada cerebral y, la verdad, por una vez ¡me da igual!..., me da igual lo que le pase, me da igual lo que resuelva, me da igual el desenlace, me da igual quién es el culpable, me da igual el libro de Thomas Pynchon, me da igual si Paul Thomas Anderson le es fiel o añade o quita material de su propia cosecha, me da igual ¡exactamente todo!..., y dicho mérito, triste, doloroso e, incluso inevitable es exclusivo de este director de grandes trabajos en el pasado que, aquí, se estrella contra su propia nulidad para motivar a una razón asfixiada de tanto absurdo meneo, una vista agotada del desfallecer panorámico, unos oídos que hace tiempo dejaron de escuchar pues, su atención, tuvo la osadía de llegar a casi una hora de metraje y ya no pudo más y, un alma devastada por tan enorme decepción dado el color y estimación con el que había acudido a dicha obra, la cual, se excusan con la siempre oportuna acepción..., es decorada con inventiva preciosa y creativa, sólo apreciable y querida para unos pocos elegidos.
Siempre me gustó ser de esos pocos elegidos, exquisitos de saber apreciar y saborear la delicadeza y genialidad de la distinción pero, en esta ocasión, toda para ellos ¡qué son 2 horas y media!, ¡148 largos, soporíferos y densos minutos!, ¡8880 pesados, incoherentes y memos segundos!; es la audiencia quien merece un premio a la paciencia, resistencia y, para conmigo misma, lealtad, por no comentar algo no visto porque, con gusto, la hubiera mandado al desdén del recuerdo que nunca hay que evocar, plantado a mitad de camino y darle el honor de ser la primera película de la cual salgo de la sala del cine sin terminar; pero, tuve el coraje de aguantar aunque sólo sea para vengarme ahora.
Después del necesario desahogo emocional, seamos racionales y vamos a reflexionar sobre ella; un fumeta, adicto a lo que sea, investigador privado, con unas patillas que ¡ni Curro Jimenez y el algarrobo juntos!, recibe la visita de su ex para que busque a su actual, al tiempo que la mujer de él realiza la misma petición después de desaparición, muerte, ambos o lo que sea de los anteriores, añadimos un agente "big foot" de la ley, devora plátanos con un palo, abogado recursivo que ilumina para, sin atino, continuar con la misma ceguera, un rico propietario abducido que no logra alcanzar la salvación, un china por aquí, una tía desnuda por allá, las dos haciendoselo juntas, un dentista cocainómano, una respetada fiscal que sólo busca perder su integridad en la cama y bla, bla, bla..., juntalo todo, pon la batidora y a ver qué te resulta porque yo, sólo encuentro un producto asfixiante, tedioso, cargante y de amargo sabor por su duración, despropósito e ingratitud absurda a todos los sentidos, sin dejar uno, ¡todo un récord!
"El mar, el tiempo, las memorias y el olvido, los años de promesas desaparecen y no son recuperables, el destino siempre llega a nosotros, sólo tenemos que acercarnos a él y nunca huir, es inútil, y tomar lo que nos llega, y agradecer, y recordar que no vivimos siempre..."
...,¡por qué no te callas!, voz en off -como diría nuestro campechano jubilado rey-, que el dolor de cabeza ya empieza a asomar pues, el desinterés, desapego y olvido por ella ya hace tiempo hicieron presencia...
"..., tal vez la confianza desplace a la inseguridad y redima todo, cuando la fe americana se desvanezca y venga el miedo...", ¡y continua la tía!
Lo malo es que no da ni para reírse de tanta parrafada inútil.
Vicio puro, interiorizado, consustancial, inherente del que sólo él se entera, sólo él disfruta; yo me lo guiso/yo me lo como.