Retrato de heroína en crisis
por Carlos LosillaAbsorbente, apasionante, arrebatada recreación del melodrama clásico con modales modernos, 'The Deep Blue Sea' es la culminación hasta el momento de la carrera de Terence Davies, una de las mejores películas de los últimos tiempos y la demostración del poder de fascinación que todavía puede ejercer el cine sin necesidad de recurrir a ejercicios funambulistas de deconstrucción o autoconciencia a veces demasiado forzados. Pues el trabajo de Davies se sitúa a medio camino de todo sin perder ni una sola de sus virtudes potenciales. Por un lado, explica la historia de un triángulo amoroso en el Londres de posguerra en lo que es un ejercicio de evocación que no renuncia a la emotividad, ni convierte el distanciamiento en figura de estilo artificial, sino que se sitúa en el punto justo, en una tierra de nadie en la que todavía persisten, a modo de sombras, los fantasmas del cine clásico. Por otro, se ofrece como un cineasta de su tiempo al no dejarse tentar por el mero esteticismo, ni tampoco por la nostalgia, y proponer una mirada oblicua, consciente de que lo que importa es el paso del tiempo, tanto para los personajes como para el director y los espectadores.
En efecto, el personaje que incorpora con sensual empuje Rachel Weisz es una mujer herida por el tiempo. No es nada nuevo en el cine de Davies: sus primeros largos, sea ‘Voces distantes' o ‘El largo día acaba', situaban al cineasta en la posición de quien recuerda el pasado sin esperanzas de recobrarlo, de quien mira su infancia como un periodo a la vez de de magia y de miseria. Tras un largo trayecto que incluye otras obras maestras como 'La casa de la alegría' o 'Of Time and the City', Davies parece haberse hecho uno con su criatura hasta el punto de que ambos acaban superponiéndose. Ella confunde pasado y presente, examina su propia desgracia, se yergue orgullosa ante la adversidad o cede ante la autocompasión, pero siempre está ahí, hecha pedazos y reconstituida, destruyéndose y reconstruyéndose como el propio relato. Él la observa con una cámara, con una paleta cromática y con una mirada que también mezclan el melo clásico y su imposibilidad, el deseo de explicar una historia pasional y la dificultad de hacerlo. Como toda gran película contemporánea, 'The Deep Blue Sea' es imperfecta, irregular, con altibajos a veces abrumadores. A veces nos arrastra en su vorágine y otras se deja arrastrar por su melancolía. Renuncia a la perfección para retratar el desgarro.
Pero hay más, pues la grandeza de 'The Deep Blue Sea' no termina en todas esas estrategias entrecruzadas, sino que empieza en ellas. Es una película sobre la duda, sobre la derrota y el renacimiento. Pero también es una película sobre la resistencia. El personaje de Weisz, que atraviesa el infierno para resurgir de sus cenizas hacia un nuevo día que quizá sólo sea una repetición de lo que acabamos de ver, es el ejemplo de alguien que se mantiene en pie en tiempos de crisis, en una posguerra desolada donde los valores cambian y sólo la confusión permanece. 'The Deep Blue Sea', pues, es una película comprometida con su tiempo, tanto estética como éticamente, y por ello resulta tan admirable, a la vez que se nos hace tan extraña. Porque no estamos acostumbrados a mirar de frente el horror que nos rodea, ni tampoco a hacerlo reivindicando filtros estilísticos que se creían perdidos, la memoria de un cine y de una integridad personal que ya ni siquiera recordábamos. Pues bien, aquí está, de nuevo, aunque parezca mentira.
A favor: Por mucho que hables de ella, nunca se agota.
En contra: Que se confunda con un mero ejercicio retro mal resuelto.