Érase una vez un mago coreano
por Gonzalo de PedroVale: esta película tuvo millones de espectadores en Corea del Sur, arrasó en taquilla, y tres años después, alguien decide que ha de estrenarse en España, quizás confiando en atraer a dos públicos muy diferentes entre sí: los seguidores de Harry Potter y su catálogo de trucos de magia, y los aficionados al cine oriental (sí, los hay, así, en general). Y es cierto que agosto puede ser un buen mes para una película como 'Woochi', que recicla unas tradiciones coreanas en un espectáculo audiovisual a base de peleas, samurais, brujería y efectos especiales (excesivamente digitales, todo hay que decirlo). Películas como esta permiten comprobar que la globalización es un camino de dos direcciones, que no solo ha permitido que películas coreanas de acción y brujos se estrenen con (relativa) normalidad en nuestras escuálidas carteleras, sino que ha logrado que una película que bebe de tradiciones locales muy arraigadas adopte un lenguaje sin nacionalidad ni personalidad, transnacional y apátrida. Ese mismo lenguaje que usan todas las películas, todos los anuncios, todos los estudiantes salidos de las escuelas de cine (les recomiendo buscar en youtube el anuncio de la ESCAC, Escola de Cinema i Audiovisals de Catalunya, para entender lo que les digo).
En cualquier caso, 'Woochi' no oculta nada de lo que ofrece, ni se presente como lo que no es: un divertimento que recorre siglos de historia con soltura, y que retoma tradiciones nacionales sin ironía pero con suficientes dosis de humor como para convertirlas en un entretenimiento inocente para (casi) toda la familia. Espectáculo, eso sí, al que le hubiera convenido un recorte en su duración.
Lo mejor: El humor que introduce la pareja protagonista, un mago arrogante y su escudero, un perro de aspecto humano.
Lo peor: Que hayan sido incapaces de dejarla en una duración menor a las dos horas, que termina por agotar por redundancia al espectador.