Sin ser una gran película, Hitchcock tiene la virtud de entretener gracias al fabuloso magnetismo de un actor mayúsculo como es Hopkins –sin duda tendría que estar en los primeros puestos en el ranking de quien es el mejor de todos los tiempos–y una actriz absolutamente fabulosa como Helen Mirren. Los ingredientes están ahí, una cocina con unos secundarios bastante fieles a sí mismos, y dos actrices como Scarlett Johanson y Jessica Biel enfundadas en los papeles de Janet Leigh y Vera Miles.
El film tiene una cierta virtud, la de traernos un poco el aroma de aquella época dorada y la influencia del propio Hitchcock, pero parece más un plato ligero, un entrante, que el plato principal. Aquí radica su principal ventaja y también su inconveniente. No conocemos a un Hitchcock oscuro y malévolo, el rostro del genio que trató de abusar a de una de sus estrellas, el genio con las sombras a cuestas, sino una versión más televisiva, más edulcorada y para todos los públicos. En definitiva, es un retrato de Hitchcock que habría sido aprobado y bendecido por el propio Hitchcock, si preferís un poco la visión utópica de Truffaut, el hombre que es un genio, capaz de empequeñecer sus defectos y engrandecer sus virtudes. El talento de la descomunal pareja Hopkins-Mirren hace que el plato se deguste con simpatía, pese a que el fondo echemos un poco de falta más sustancia. Más morbo.