Memorias del 68
por Carlos LosillaHace poco, Mia Hansen-Love estrenó entre nosotros su tercer largometraje, 'Un amor de juventud' (2011), una pieza delicada y frágil que provenía directamente de las ruinas de la Nouvelle Vague y alimentaba otra tendencia, a la que quizá ya podamos ir llamando La Nueva Juventud Desorientada. Resulta que Mia es la pareja de Olivier Assayas, el cineasta que la descubrió como actriz (en 'Finales de agosto, principios de septiembre' y 'Les Destinées sentimentales)', y por eso no es de extrañar que 'Después de mayo', por ahora la última película de éste, se presente como una especie de spin off imaginario de 'Un amor de juventud', desde el momento en que no comparte explícitamente personajes pero sí una actriz (Lola Créton, el último grito en francesita lánguida e interesante; excelente presencia, por otra parte) y un cierto aire melancólico, una manera de ver y de hacer. Mientras Hansen-Love centraba sus esfuerzos en describir un estado de ánimo individual que iba de la autobiografía al sentimiento generacional, Assayas se remonta igualmente a su juventud para seguir los pasos de la derrota de mayo del 68 y lo que quedó de aquella revolución pendiente.
En efecto, 'Después de mayo' no quiere alcanzar el tono épico-lírico de 'Les Amants réguliers' (2005), de Philippe Garrel, por mencionar la más famosa de las recreaciones de aquella primavera. Su intención es muy otra y consiste en seguir a unos cuantos jóvenes tras la diáspora, filmar sus gestos cotidianos, los discos que escuchaban, los sueños que aún mantenían y en pie y cómo todo eso, ay, se da de bruces contra una realidad cabezona y miserable. Assayas es un cineasta experimentado, que ha pasado por diversos géneros y registros (de la reflexión metafílmica en 'Irma Vep', 1996, al thriller cibernético en 'Demonlover', 2002), y que aquí parece remansarse en una narración anecdótica, fluida, nostálgica, cuyas imágenes semejan surgir directamente de la memoria personal, tal como 'Un amor de juventud' emergía de los recuerdos de Hansen-Love. Pero, por seguir con el paralelismo entre estas dos películas en realidad inseparables, allá donde la joven cineasta conseguía una inmediatez conmovedora, directa, el zorro viejo nos propone otro tipo de acercamiento a un material en principio tan parecido: un juego con la distancia.
Quiero decir que 'Después de mayo' intenta mostrarnos a aquellos jóvenes no desde un punto de vista histórico, ni siquiera retro, sino como si fueran nuestros contemporáneos. Es un método de inspiración muy rosselliniano, como si solo pudiéramos aprender de la Historia cuanto más cerca esté de nosotros. Y de ahí que la inmediatez y la verdad que desprenden las imágenes resulte incluso hiriente, un grupo de amigos a los que seguimos en paralelo en sus amores y sus sueños, en sus deseos y sus frustraciones. No hay aquí, sin embargo, los vicios de las películas estructuradas en historias paralelas, sino una libertad en la circulación del relato que lleva de una cosa a otra sin dar explicaciones, sin complejos. A veces, ese atrevimiento debe pagar un precio, y las viñetas se hacen demasiado elementales, incluso tópicas. En otras, por el contrario, el punch es certero y elegante, consigue transmitir un élan generacional que oscila entre la sensación de fracaso y el convencimiento de que, después de todo, aquello sirvió de algo. Será por eso que 'Después de mayo', aun pareciendo tan inconfundiblemente francesa, tiene algo de esa distancia que tan bien sabe utilizar el cine americano: su tono recuerda más 'Reencuentro' (1983), de Lawrence Kasdan, que 'Finales de agosto, principios de septiembre'.
A favor: Su condición de díptico con 'Un amor de juventud', el modo en que se acerca y se distancia simultáneamente de los personajes para filmarlos en el punto justo.
En contra: Un cierto regusto autosatisfecho, que no extrae más de la historia porque en realidad no quiere profundizar en el dolor.