Juan Negrín, jefe de Gobierno de la Segunda República entre 1937 y 1945, vivió los últimos años de su exilio en el anonimato, ocupado de la tutela de sus nietos Carmen y Juan, los vástagos de su hijo Rómulo, una víctima circunstancial de las sospechas y persecuciones de la Guerra Fría. Nunca respondió a la infinidad de maledicencias que tanto vencedores como vencidos de la guerra española, vertieron sobre su figura, ensombreciéndola hasta nuestros días.
Supo, nada más llegar a la jefatura de Gobierno, que saldría malparado. Convertido en el chivo expiatorio de unos y otros, actuó siempre de acuerdo a su conciencia, sin hurtarse una sola vez al deber que le marcó el destino. Ha debido pasar mucho tiempo, cuando el olvido pesa más que todas las afrentas, para que el trabajo de los historiadores, distanciado de los antagonismos y deslealtades que acarrea todo conflicto bélico, pudiera restituir el calado intelectual, político e histórico de Juan Negrín, finalmente reconocido como un exponente clave de la Edad de Plata de la ciencia española y como el gran estadista de España en guerra.