¿Avergonzarse de ser soltera?..., ¡visto lo visto!
La soltería está de moda, incluso se promueve; interesa al comercio por su economía inversora, apetece su libertad de opción gamberra, sea la que sea, gusta su individualismo de decidir cómo, dónde y cuándo hacer las cosas, tanto como si es lo contrario y se opta por vaguedad voluntaria de no hacer nada y desperdiciar el tiempo; amplio abanico donde estirar al máximo el síndrome de Peter Pan o, ignorarlo y hacer del uno una forma apetecible de vida, que tienta y gusta últimamente mucho al cine.
Se patrocina como diversión plena de juerga continua, colegial existencia de perpetua amistad y apoyo entre sus miembros, amplitud variada de elección y satisfacción de marcar el paso al son de la personalidad propia, independencia que no necesita el cuento de Cenicienta ni a ese príncipe decepcionante que la salve a una, pues la capacidad de carácter, esfuerzo, voluntad y energía posibilitan el camino orgulloso de quien se conoce y sabe lo que no desea.
Hollywood ha encontrado nueva gallina para poner huevos dorados de taquilla, pues ya sea en versión femenina o masculina tiene público dispuesto a este entretenimiento distendido que vende humor, coña, situaciones absurdas e hilaridad intercalada cuya alegría, debe ser muy torpe el guión para que no surja.
Nos situamos en Nueva York, cuna de Jessica Parker y su exitoso sexo a cuatro miradas de amigas eternas, ninguna casualidad dado el planteamiento del manuscrito aunque, no adelantemos ya que, con el añadido de la sombra de Bridget Jones y su posterior visión, la cosa cambia.
Porque es vacío, cansino y lelo todo ese discurso filosófico sobre la soltería, toda esa iluminada sabiduría emprendida para llegar a conocerse capitaneada por una sosa Dakota Johnson de moda, rodeada de una Rebel Wilson como molona estrafalaria y escandalosa que no hace gracia, por una Alison Brie de revuelta andadura que sale al paso y, una Leslie Mann más apagada que nunca y casi olvidada por una dirección que no explota, con sugerencia y acierto, su pretendida comedia.
Porque ese es el punto central; a tan barata doctrina sobre una misma y sobre hallar tu camino en la vida, se le añade el interrogante ¿tiene chispa?, ¿interesa o estimula?, ¿completa, aunque sea medianamente, su propósito de diversión ocasional y distendida, con lección metafísica entre medias?
“Un único momento de independencia absoluta”, afirma con claridad rotunda ¡y se queda tan ancha y lista!, a cuya réplica se le unen los reproches de que ni los discursos emprendedores valen la pena, de que ni la crisis existencial levanta atención digna, de que ni los momentos de ligoteo y lujuria seducen o embriagan, de que ni las conversaciones motivan o encantan..., de que todo el tinglado va perdiendo fuerza y carisma conforme avanza y descubres que su escrito se desinfla, que su desparpajo se anula, que su inteligencia nunca surge y que su resolución ya no importa demasiado, pues prestas más atención a tus palomitas que a esa concentración de adultos perdidos tratando de hallar respuesta a sus dudas.
Música festiva y jovial como envoltura de cuatro historias que pretenden e inician con posibilidad su andadura pero que no colman expectativas; tender a la frivolidad no produce carcajada, tender a la seriedad no logra fidelidad ni compañerismo y tender a la combinación de ambas, en una pretendida alegre comedia romántica, pone el punto culminante a una mirada que se distancia pues, la razón se aburre al no hallar alimento válido.
Christian Dittier filma una novela sobre las difíciles decisiones en un panorama social confuso, dinámico y muy cambiante, donde nada está claro y hay demasiado que no se dice o expresa con doble sentido, donde la honestidad es una virtud peligrosa por lo que entraña de herir o salir herida pero, tanta moralina, sermón, aptitud desenfrenada, anhelo de compañía, insustanciales veladas, duetos ocasionales, proyectos confirmados, posibilidades abiertas bla, bla, bla, avergüenzan de ser soltera, dada la indiferencia y dejadez por lo que se dice o hace.
Llevamos tanto tiempo sin una buena comedia romántica que empiezo a temer que tan gustoso género halla perdido toda su previsión y tengamos, sin más remedio, que resignarnos a ofertas baratas y falaces sobre lo que es y debe ser la actualmente maltratada.
De tan modernos y originales lo único que se logra es estupidez de palabra, ordinariez de escena, intrascendencia de contenido y nulidad de avance, dado el desapego de quien mira por acabar, y oye por no llorar en público.
Se confirma..., cualquier tiempo pasado, en la comedia romántica, fue mejor.
Lo mejor; intenta caer simpática y que la quieran.
Lo peor; la avanzadilla del manuscrito.
Nota 5,7