El toque, la huella en la dirección de Paul Greengrass es indiscutible y evidente; su seriedad, perfección y precisión en la dirección, en las formas, en la exhibición directa, sin tapujos, adornos o florituras que resten importancia a lo importante, los hechos, los personajes y su modo de actuar, de sobrevivir a una situación que les viene grande es obvia y en la cual, impregnados de incertidumbre, impotencia y totalmente perdidos, es clara y contundente la evolución y desarrollo en la actitud, confrontación de ambas partes -más allá de la llegada de la actuación, serena e imperturbable, de los verdaderos profesionales-, las cuales están bien concretadas. A la actuación de Tom Hanks, una de las más memorables y destacadas de su carrera, se une un guión riguroso y exacto y una excelente puesta en escena, viva y veraz, de gran cumplimiento con su comedido y una gran afinidad, conexión para con lo requerido, solicitado por el director; fijas, manifiestas y patentes ideas, exhibidas sobriamente,con gran lucidez, maravillosa sencillez y enorme concisión, para un gran proyecto, cuyo única lástima es la falta, ausencia fugaz -pero perceptible- de atracción y simpatía para con el espectador. A pesar de admitir el gran relato contado, el intachable planteamiento de esta historia y de la dirección y sus naturales interpretaciones..., lo observas, valoras con cierto distanciamiento -tipo documental-, no logrando involucrarte totalmente en sus emociones ni en los hechos vividos; leve frialdad que resta puntos a un correcto y acertado trabajo.