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    Maggie
    Críticas
    2,5
    Regular
    Maggie

    Padre y zombie

    por Israel Paredes

    En su debut en la dirección, Maggie, Henry Hobson a partir del guión de John Scott 3, comienza la película situándonos en un espacio urbano arrasado por una suerte de virus o similar que ha infectado a gran parte de la población que, con el paso de los días, van convirtiéndolos en zombies. Un padre, interpretado por un contenido –por decisión interpretativa o por incapacidad para ir más allá- Arnold Schwarzenegger, recoge a su hija Maggie (Abigail Breslin) del hospital: ha sido infectada. A partir de ahí, la película se sitúa en una casa rural, la casa familiar, en la que Maggie irá desarrollando su “enfermedad” encaminándose hacia un final insoslayable.

    A partir de los modos estéticos de cierto cine independiente, y con claras referencias a cineastas como Terence Malick, Jeff Nichols o algunos títulos de David Gordon Green –la música es de David Wingo…-, entre otros, Hobson construye visualmente una película sombría y oscura que se aleja en su paisaje de los espacios urbanos con la que se abre Maggie para centrarse en una suerte de relato rural familiar en el que la cuestión “zombie” acaba resultando, en general, una simple excusa. Porque lo que realmente importa es el enfrentamiento de un padre ante la irremediable pérdida de una hija y ante la posible decisión que puede que tenga que acabar tomando. Y, sobre todo, el itinerario que va del inicio de la enfermedad al final. La imposibilidad e impotencia de no poder proteger a su hija nos conduce hacia un relato sobre la paternidad, sobre su significado, sobre aquello que la sustenta.

    Por otro lado, Hobson atiende, quizá con cierta distancia y sin mostrar un interés demasiado elevado, pero algo queda de ello, a lo que supone, o puede suponer, el convertirse en zombie; en el dolor de su transformación. Acostumbrados a las mutaciones rápidas, la verdad que la propuesta de Hobson es interesante en su base, aunque insuficiente en su resolución. Al fin y al cabo, lo que le sucede a Maggie no es otra cosa que una enfermedad mortal que poco a poco va consumiéndola, aunque su final no sea tanto la muerte como su transformación en “muerto viviente”.

    Ambas vías, la más realista y la fantástica no acaban de estar relacionadas del todo, siendo la primera mucho más interesante que la segunda, dado que la historia de la lucha de ese padre en crisis se impone al drama personal de la transformación de la joven. Y este desequilibrio, además, viene condicionado por la puesta en escena de Hobson, acertada en su aspecto geométrico y en la atmósfera sombría, lúgubre, pero no tanto en cómo sus imágenes recuerdan, demasiado, a modelos cinematográficos tan reconocibles.

    Lo mejor: Que transmite muy bien la angustia del padre por su imposibilidad de salvar a su hija.

    Lo peor: Que todo el entramado fantástico acaba resultando, a la larga, una excusa más que un elemento narrativo con sentido.

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