Woody es un invento francés
por Carlos LosillaWoody Allen se convirtió hace ya mucho tiempo en un valor de cambio. Cualquier película que lleve su sello, que demuestre su influencia o que roce mínimamente su universo tiene asegurada una cierta repercusión. Yo no sé qué ocurrirá al respecto con París-Manhattan, pero voluntad no le falta: su protagonista es una adicta a las películas de Allen, las citas son abundantes, incluso aparece el susodicho en persona (para sancionar la operación) en un par de escenas que no añadirán nada a su legado pero que lo consagran como Gran Mito Contemporáneo. Y, por si fuera poco, la película va de eso, pues este primer largo de Sophie Lellouche intenta explorar de qué manera influyen los arquetipos ideales en la vida cotidiana, cómo basamos nuestras expectativas amorosas (entre otras) en modelos que proceden de los medios de comunicación.
Alice (imperturbable, sosísima Alice Taglioni) es una muchachita parisina que habla con el póster de Woody Allen que cuelga de una pared de su habitación. Hasta aquí, nada nuevo respecto a Sueños de un seductor (1972), donde el propio Allen conversaba con Humphrey Bogart de similar manera. Los tiempos han cambiado, y del ambiguo heroísmo de las estrellas del cine clásico pasamos a la actitud dubitativa del nuevo animal urbano. Del mismo modo, Alice tampoco consigue emparejarse, y todos los esfuerzos de su familia se dirigirán a este objetivo. En ese momento aparecen Vincent (Yannnick Soulier) y Victor (Patrick Bruel, indiferente a todo), que se sortean el corazón de la chica, siendo el primero un guapo mozo de clase alta y el segundo un atractivo manitas. ¿Qué galán se quedará con la princesa? ¿De qué manera se solucionará esa intriga?
Sin embargo, seríamos injustos si redujéramos la película de Lellouche a una simple confrontación amorosa. Hay más, aunque eso no significa necesariamente una mayor complejidad. París-Manhattan no solo cuenta con escenas inspiradas en Manhattan o en Misterioso asesinato en Manhattan (disculpen la saturación neoyorquina, pero es que los homenajes tampoco dan para más). Cuando la trama se desvía, desde el producto modelo Jennifer Aniston al producto modelo Francis Veber, entra en escena el vodevil francés y todo se convierte en una juerga familiar donde los padres y la hermana mayor de la protagonista también tienen sus propios problemas, ya sea el alcoholismo o la promiscuidad sexual. Todos buscan el amor como consuelo de sus pobres vidas. Y finalmente aparece el hada Woody para bendecir la franquicia y dar a cada uno lo que se merece, especialmente a la atribulada Alice. El resultado de tal despropósito solo dura una hora y cuarto, y decir que esa es su mayor virtud no es precisamente hacerle un favor, pero de omitirlo mentiríamos.
A favor: Que juegue sus cartas inculpando directamente al mayor implicado.
En contra: Que ni siquiera eso enderece el entuerto.