El vuelo (Flight, USA, 2013), de Robert Zemeckis.
Después de diez años dejándose seducir por el cine de animación mediante la técnica de captura de movimiento, Robert Zemeckis regresa a la imagen real con esta irregular película que, bordeando el cine de catástrofes (la secuencia del accidente de avión inicial es prodigiosa por el uso de la tecnología al servicio de la narración, donde jamás se pierde el punto de vista del piloto protagonista), contiene un atractivo retrato de las repercusiones personales, profesionales y legales del consumo indiscriminado de alcohol y drogas supone para Whip Whitaker, el experimentado piloto civil interpretado por Denzel Washington. Pese a vivir su particular descenso a los infiernos bañado en alcohol y droga (suministrada esta última puntual y profesionalmente por su amigo el camello Harling Mays, interpretado con su extravagancia habitual por el genial John Goodman), Whitaker logra salvar a 96 de los 102 pasajeros del avión que cubre el vuelo regular de Miami a Atlanta, gracias a su pericia profesional (superando inclemencias metereológicas y evitando aterrizar en medio de una población con las repercusiones añadidas que hubiese conllevado) y pese al fallo mecánico del aparato.
El reconocimiento a su heroísmo rápidamente da paso a la mayor de las pesadillas, pues, a la vista del resultado de la prueba toxicológica, que otorga el resultado positivo en sangre al consumo de alcohol y cocaína, recaerá sobre él todo el peso de una implacable investigación de la NTSB (National Transportation Safety Board, algo así como sistema de seguridad en el transporte nacional), una agencia federal independiente encargada de realizar la perceptiva investigación de cada accidente de la aviación civil.
Zemeckis y su guionista John Gatins, juegan de manera honesta. A Whip lo vemos desde el comienzo del film esnifar unas rayas de cocaína y beber compulsivamente en una habitación de hotel, después de pasar la noche con la espectacular azafata Katerina Marquez (Nadine Velázquez) y poco antes de llevar los mandos del mencionado vuelo regular. La osadía del piloto es mayúscula, cuando al mismo tiempo que da pautas del vuelo a los pasajeros, vierte el contenido de dos minibotellas de bodka en una plástica de zumo de naranja que se lleva a la cabina.
La otra pericia profesional a la que asistimos en la película es la del abogado criminalista Hugh Lang (Don Cheadle), letrado designado por la compañía aérea para la supervisión de las posibles repercusiones penales para el piloto protagonista. Lang consigue la nulidad de la mencionada prueba toxicológica. Al no explicarse nada sobre el hecho de que la extracción de sangre se haya efectuado hallándose Whitaker convaleciente, nos lleva a pensar claramente que dicha cuestión estaba resuelta contractualmente. Las claves para el éxito de la cuestión técnica de la nulidad, de notable interés legal, es doble. En primer lugar, que el aparato en el que se realizó la prueba, no ha pasado los oportunos controles con la periodicidad reglamentariamente establecida (todos los aparatos digitales que se utilizan para la práctica de pruebas preconstituidas como éstas, necesitan imperativamente superar unos rigurosos controles periódicos, que deben ser certificados de manera adjunta al resultado de la prueba). En segundo lugar, resulta igualmente determinante, la utilización para dicho test, de una sustancia que objetivamente puede aumentar el nivel de alcohol en sangre, sin que realmente lo haya, arrojando incertidumbre en el resultado.
El resultado igualmente positivo en la prueba toxicológica realizada a una muestra de sangre extraída del cuerpo de la azafata Velásquez, fallecida en el accidente, brinda una apetitosa defensa exculpatoria al piloto protagonista. Whitaker se enfrenta a un contundente dilema moral ¿reconocerá ante la comisión de investigación de las causas del accidente su consumo de alcohol y drogas, o, por el contrario, mentirá, dejándose llevar por los consejos de su abogado que le ha allanado el camino?. En un país como España, donde la cultura de mentir está completamente instaurada, donde toda persona acusada posee el derecho constitucional a no confesarse culpable, y a no declarar contra sí mismo, donde hasta los testigos, carentes de tales prerrogativas, suelen faltar a la verdad (los tribunales consideran la prueba testifical como un medio de prueba devaluada y desprestigiada), es bastante probable que el piloto protagonista no sintiese el menor dilema moral. Simplemente mentiría para conservar su status y salvarse. Distinto es el mismo caso en un país tan puritano como EEUU, donde el derecho se aplica con otras filosofías. En dicho país mentir en el seno de una investigación administrativa o criminal puede conllevar serias repercusiones añadidas al problema en sí. La gran paradoja es que Whip Whitaker es un gran piloto. Los técnicos de la comisión concluyen al unísono que fue realmente su destreza la que evitó que el desastre fuese mayor.
Tan atractivo planteamiento, no se ve del todo recompensado a lo largo de 138 interminables minutos, decididamente irregulares. El personaje femenino de Nicole, pese a estar correctamente interpretado por Kelly Reilly, funciona como un tan previsible como prescindible asidero emocional del protagonista principal. Se supone que su función narrativa culmina al llevar a Whip hasta una reunión de Alcohólicos Anónimos, que abandona en mitad de la exposición de uno de los miembros, donde explica cómo mentía a todo el mundo acerca de su adicción. La realidad es que el personaje de Nicole, sólo sirve para alargar innecesariamente el film, con su tragedia personal, donde se pretende conseguir cierta sordidez tan sólo sólo con colocarle algunos tatuajes a la actriz, así como por su pasado como actriz porno con el que sufragaba su adicción.
Otra de las secuencias que pretende sacudirnos emocionalmente, es aquella que transcurre en las escaleras del hospital donde, para fumarse un cigarrillo, coinciden por primera vez Whip y Nicole. Enseguida se les une un joven demacrado gracias a las sesiones de quimioterapia que recibe (magnífico James Badge Dale), arrastrando consigo una sonda. El jóven les pide un cigarro, aprovechando el instante para reflexionar sobre la vida en general, manifestando que le encantaría embotellar la indescriptible sensación de seguir vivo. En sí, como secuencia aislada, funciona muy bien, pero tampoco se justifica su importancia o necesidad en el recorrido emocional del protagonista.
Zemeckis se desenvuelve mejor a la hora de filmar la vista de la comisión de investigación, donde el piloto protagonista debe someterse al inquisitivo interrogatorio de la instructora de la comisión, la abogada Ellen Block (excelente, como siempre, Melissa Leo), secuencia que recuerda a una audiencia similar que tenía que pasar el personaje de Eleanor Arroway (Jodie Foster) en Contact (USA, 1997), también de Zemeckis. El problema es que se tarda mucho en llegar a esta escena.
El resultado definitivo es una aguda y nada complaciente reflexión relativa a la importancia personal de decir la verdad y hacer lo correcto pese a las consecuencias. Afortunadamente, se nos ahorran histriónicas y sórdidas secuencias-numeritos de alcoholismo y drogadicción, pero la obra se halla plagada de escenas innecesarias, que no justifican su ensamble al conjunto, ni la desmedida duración final. La película se beneficia, sin duda, de un trabajo actoral muy sólido, donde el protagonista Denzel Washington, excelente, está arropado por un eficaz elenco de magníficos actores secundarios. A los mencionados previamente, hay que añadir el nombre del sensacional actor canadiense Bruce Greenwood (actor fetiche del cineasta de origen armenio Atom Egoyan) en el papel de Charlie Anderson, amigo del protagonista y líder del sindicato de personal de la compañía aérea que debe hacer frente a las consecuencias del accidente.