Que explote ya, que el público se va
Hay un niño, al que posteriormente apodarán “Celta”, que ve cómo su familia es asesinada vilmente por los romanos, jurando venganza con los años. Hay una historia de amor entre clases en medio de una tragedia histórica, donde ella es reclamada por un pretendiente rico que la amenaza para que no se vaya de su lado. Hay un esclavo que se convierte en gladiador y emprende una vendetta contra el Imperio Romano en particular, y contra un general en particular, que tiene un amigo gladiador de color que espera ver a su familia algún día en la otra vida. Incluso hay un momento pulgar arriba. Hay hasta un hombre que susurra a los caballos, y un ricachón que intenta ganar un billete de ida en el primer barco que salga y le libre de una muerte segura. No, no es una parodia de “Titanic”, “Braveheart” o “Gladiator”, aunque bien podría haberlo sido en vista de su resultado final. Es “Pompeya”, y lo peor es que pretende tomarse en serio a sí misma.
Que sí, que tampoco las tramas de algunas de las cintas a las que vilipendia es que sean de las más originales de la historia del cine, pero en muchos casos dieron lugar a grandes filmes gracias a que sus responsables supieron llevar el barco a buen puerto. En la que nos ocupa pedir algo similar sería tan inútil como implorar a Vulcano que cese los fuegos artificiales en los que sumió a la ciudad romana. Hay un nivel de torpeza a tantos niveles que sólo se justifican si analizamos por separado quiénes andan tras el producto.
Para empezar, al guión tenemos, principalmente, un apellido que ya debería producirnos urticaria, el de los Batchler, que desconozco si son matrimonio o hermanos, pero que en su momento escribieron conjuntamente el libreto de “Batman Forever”, para posteriormente desaparecer prácticamente del mapa. Tras la cámara, un director tan torpe como Paul W. S. Anderson, que se ve incapaz de manejar un péplum con solvencia y regala un film de serie B con un uso tan nefasto de la fotografía que deja a series como “Roma” como auténticas obras cinematográficas. El gran rey de los videojuegos formula su epopeya como si de un plataforma se tratase, tanto que en el tramo final aún estaba esperando el gran enfrentamiento entre el bueno y el malo de la función, transformado éste en un gigantesco robot de proporciones bíblicas. Eso le habría dado mayor atractivo a la propuesta. Y en materia económica, un presupuesto de 100 millones de $ que luce muy mal, con unos efectos que cantan cuando tienen que interactuar con seres humanos, y una ambientación de film Disney para televisión que deja a “Sharknado” como una obra de arte y ensayo.
Y ante la cámara, un reparto más soso que el careto de Kit Harrington, con un villano con el rostro inerte de un Jack Bauer carente de profundidad. Esto es “Pompeya”, un refrito bochornoso que enmarca una historia de amores y venganzas con un hecho histórico como telón de fondo, y que para colmo de males pretende ser más grande y épico de lo que realmente puede ser. Al menos uno podría esperar que la destrucción de la ciudad sea colosal, pero para eso debes esperar a que quede media hora para el final de la película. Pero antes sólo deseas que haga erupción el volcán lo antes posible, y que barra con todo el reparto para acabar con semejante suplicio.