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    El profesor (Detachment)
    Críticas
    2,5
    Regular
    El profesor (Detachment)

    Rebelión dentro y fuera de las aulas

    por Mario Santiago

    Esquiva e incómoda como pocas, El profesor puede considerarse una especie de OVNI en el contexto del cine norteamericano actual. Por un lado, estamos ante una película que clama a los cuatro vientos su condición de obra independiente: su radiografía de la crisis del sistema educativo yanqui no deja títere con cabeza, retratando el desconcierto de profesores, padres y alumnos ante un desierto de valores que se expande más allá de los límites del encuadre. Y luego, por otra parte, El profesor reniega de los usos y costumbres de un cine indie que, desde sus atalayas (Sundance o la connivencia con Hollywood), se empeña en promover la corrección y el buen rollo. En este sentido, la nueva película de Tony Kaye -el controvertido director de American History X y de videoclips para "Red Hot Chili Peppers" o Johnny Cash- se erige en un ejercicio de denuncia social difícil de clasificar.

    En su arranque, El profesor establece las bases de lo que podría parecer un docudrama con ambiciones poéticas: varios profesores explican a cámara los motivos de su elección profesional, mientras va tomando cuerpo una ficción protagonizada por Henry Barthes (Adrien Brody), un profesor sustituto abocado al estoicismo y atormentado por traumas familiares. A su llegada a un instituto donde los profesores se ven superados por la insubordinación de los alumnos, Barthes irá conociendo a una serie de personajes que agitarán su conciencia: una joven alumna marginada (Betty Kaye) despertará su compasión, una atractiva profesora (Christina Hendricks) removerá sus sentimientos, y una prostituta adolescente (Sami Gayle, rememorando a la Jodie Foster de Taxi Driver) le abrirá las puertas de la redención. En cierto sentido, este plantel de personajes pone de manifiesto el simplismo de algunos mecanismos dramáticos de los que echa mano el filme, que no consigue despegarse de un imaginario poblado por clichés que no acaban de adquirir vida; un poco a la manera de American Beauty. Sin embargo, sería injusto acusar a El profesor de ser un drama social al uso.

    Organizada en torno a un estimulante collage de mecanismos formales -del registro documental al montaje sinfónico, pasando por el uso de animaciones y flashes de imágenes mentales del protagonista-, la película parece una extraña mezcla entre los experimentos más independientes de Steven Soderbergh, el cine de Terrence Malick y el melodrama más sangrante y tremendista, en la línea de Precious. Un cóctel estilístico por el que se canaliza un mensaje cargado de urgencia. A ratos, la película parece la obra de un exorcista dispuesto a hacer vomitar sangre a su "paciente" (la sociedad yanqui); otras veces, parece filmada por un predicador que comunica una profecía apocalíptica; y en sus peores momentos, ‘El profesor' muestra a un director amigo del feísmo y el golpe directo al estómago del espectador. Aun así, hay algo genuino en las imágenes del filme, una convicción que planea por el verborreico guión de Carl Lund. Valdría la pena no desestimar una película que arrancar con una frase de Albert Camus, que concluye con una cita de Edgar Allan Poe... y que sobrevive en el intento. Estamos ante algo más que la Mentes peligrosas del siglo XXI.

    A favor: La propuesta de un cine de denuncia social que trasciende los límites del realismo blando.

    En contra: La voluntad de epatar que alimenta los picos dramáticos del filme.

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