La ambición puede perderle a uno. Está bien para intentar ser lo más creativo posible. Pero eso no significa que los guiones tengan que ser como laberintos que supuestamente pillan al espectador tonto apabullándole con una sorpresa inesperada. El error de películas como ésta es intentar considerar a los espectadores como una suerte de individuos intelectuales capaces de pillar los giros y volver sobre una escena en sus propias mentes para averiguar que no querían decir esto sino lo otro, y dejarles tan sorprendidos que no tengan otro remedio que exclamar, rendidos, que el director es un genio.
Ni la película es genial, ni el director es un genio, ni los espectadores son tan listos. Es más, el espectador es un poco más tonto y simple: quieren que le cuenten una buena historia. Quiere que le hagan partícipe de ella sin tener que hacer más esfuerzos mentales que tragar palomitas, beber y ver al mismo tiempo. Quieren, claro está, que le sorprendan. Quiere pasárselo bien y le gustan además los finales felices.
Sí, señores, no me avergüenza explicar aquí que trato de dejar mis ínfulas intelectuales en la entrada de un cine. Lo que busco es evasión, entretenimiento, que me hagan pensar, que me emocionen. Que me manipulen. Me pongo en manos del cineasta y los intérpretes. Les entrego mi inocencia. ¿Y qué hacen con ella?
Trance es un quiero y no puedo. Cuando el guión empieza a embrollarse hacia el final del primer acto, la solución tiene que ser genialmente sencilla. Lo sencillo es genial. Lo complicado es la muestra de la incapacidad. Al final, la historia es tan compleja que ni me interesa. ¿Para qué? Lo que no quiero es convertirme en el fan de James Caan, una Kathy bates que no le gustaban sus buenas novelas de terror precisamente porque eran historias con sentido. Si quieren una película sencilla, psicológicamente rica, angustiosa, etc, vayan al videoclub y rescaten a Misery. La historia de Stephen King es un prodigio de sencillez y el film de Rob Reiner ya es una obra maestra. Esto, les aseguro, no ocurrirá con Trance. Y es una pena porque el tema de la hipnosis no está tan mal tratado.
Lo que falla es la historia. ¡ay, ay!