El robot que bajó del árbol
Treinta años hacia el futuro. La superficie terrestre se ha convertido en un interminable desierto radiactivo. Poco más del 99% de la población mundial ha sobrevivido, y los que lo han conseguido malviven en el interior de una ciudad atendida por autómatas proporcionados por la Corporación Roc. Dos protocolos dominan la conducta de los robots: primero, un robot no puede causar daño a un ser humano, y segundo, un robot no puede modificarse a sí mismo. Pero esta última ley se verá peligrosamente cuestionada cuando un robot modificado por dentro llega a la morgue. O se ha modificado a sí mismo, o existe un relojero que está modificando las máquinas.
Durante sus primeros compases, “Autómata” desprende cierto aroma a “Blade Runner” por la presentación de la atmósfera en la que se desenvuelve, su propia temática y hasta el look –chubasquero anti radiación incluido- que visten los agentes de la corporación. Y los protocolos por el que se rigen los robots condensan los postulados de Asimov. Las referencias de las que bebe son claras, y “Autómata” recoge grandes ideas durante la primera mitad de su metraje, la mejor balanceada del conjunto, ofreciendo un thriller de ciencia-ficción que consigue captar cierto interés y nivel de suspense, aunque haya que aguantar el sintético rostro de Melanie Griffith o a ese personaje tan mal trazado que es el interpretado por Dylan McDermott, una especie de villano que merecía estar mejor definido.
Pero durante la segunda mitad, sus ideas se aturullan y pierden peso y relevancia. La trama alterna de forma paralela escenas en el desierto con los robots, quizá las más humanas e interesantes, con soporíferas secuencias corporativas de despacho protagonizadas por personajes tan insulsos e inútiles para el desarrollo como el de Robert Forster. Y aunque el tramo final intenta imprimir algo de acción al conjunto, sus ambiciosas ideas hace ya una hora que quedaron bien plasmadas y ya se han vuelto algo redundantes y repetitivas. El film se empeña en reincidir en ellas una y otra vez, pero sin dirigirlas a ninguna parte.
Y es una pena, porque insisto, sus ideas son enormes. No originales, ya que la temática del robot que toma conciencia de su existencia y decide bajar del árbol, así como el principio del fin de nuestro status como especie dominante del planeta, ya ha sido explotada con anterioridad en el cine. El problema es lo que rodea a dichas ideas, la historia en la que se desenvuelven, y el mal rumbo que toman hasta resultar reiterativas. Y una mayor pena da que la factura final del producto, pese a ciertos efectos digitales poco logrados –los planos generales de la ciudad o la persecución nocturna en el desierto-, resulta de lo más convincente, que Banderas lleva con dignidad el peso de la narración, o que Gabe Ibáñez confirma que es un director con pulso visual, pero que merece un libreto mejor. Quizá la propuesta habría mejorado de haber combinado sus grandiosos temas con una mayor dosis de entretenimiento y acción antes que apostar por la ciencia-ficción existencialista. Pero lo que ha quedado finalmente es un soso ejercicio de prometedoras reflexiones, pero incapacidad para evolucionar y bajarse del árbol.
A favor: las prometedoras ideas que aglutina en su tramo inicial
En contra: que esas ideas se desarrollen en un guión tan flojo, y que pierdan interés durante su segunda mitad