Los vampiros de Jim Jarmusch
por Alejandro G.CalvoJim Jarmusch, como buen amante del cine, es un fan devoto del cine de género. Un creador que retuerce los parámetros y las guías preestablecidas por los cánones clásicos, pasándose por el forro del descosido cualquier norma habida y por haber, y reconfigurando de forma ilícita el fetichismo costumbrista afín al formato. El cine ya existía antes de Jim Jarmusch, pero tras sus películas éste parece reinventarse como una melancólica puesta en escena de aquellas aristas que nos pasaron inadvertidas tantas veces antes. He ahí la diferencia existente entre los que simplemente te cuentan un cuento y los que deciden inventarse un mundo nuevo. Jarmusch, como una bomba H estética, erosiona el género hasta dejarlo en su fase latente. Y ya a partir de ahí empieza edificar sus criaturas fílmicas, cediendo espacio a lo que a él realmente le importa, poniendo en primer en plano esa metafísica del vacío protagonizada por antihéroes y renegados de una sociedad que los ha dejado tan al margen como las propias reglas plásticas que rigen su obra.
Lo hizo con el western –Dead Man (1995)-, con el noir en su versión yakuza –Ghost Dog (El camino del samurái) (1999)-, con la comedia romántica –Flores rotas (2005)-, con el polar francés –Los límites del control (2009)-. Y lo ha vuelto a hacer con el cine vampírico con Sólo los amantes sobreviven –la única película a la que podría parecerse es a The Addiction (1995) de Abel Ferrara-. Por qué perderse en meandros consabidos cuándo a él lo que le gusta es filmar a gente fumando, hablando, conduciendo, escuchando música. A su manera todo son road movies, claro, donde personajes a la deriva tratan de salvaguardar su status quo a base de imponer su ética frente a la estupidez y la barbarie del mundo. De ahí que de los vampiros a Jarmusch le interese mucho más su romanticismo que su apetito sanguinario. Su visión sobre estas figuras surgidas de la literatura, y mitificadas hasta descontextualizarlas de todo significado gracias al mainstream cinematográfico, es mera transubstanciación fílmica: el vampiro Adam es mucho más que el portavoz de Jarmusch, ya que es directamente la puesta en escena de todas sus verdades, incluyendo virtudes, pasiones y debilidades (si no son lo mismo). ¿Y qué son los vampiros sino gente que ha vivido muchísimos años? ¿Qué podemos extraer de su mirada sobre la humanidad y su evolución hacia la idiocracia? ¿Qué es importante y que no, realmente, de la vida?
Jarmusch contesta a esas preguntas a través de sus vampiros protagonistas –magníficos Tom Hiddleston y Tilda Swinton-: la literatura, la música –ejemplificada a través de la pasión Adam por las guitarras de los roqueros de los años 50-, la ciencia –el altar científico que posee tiene un aire a La habitación verde (1978) de François Truffaut-. ¿Los humanos? Son solo zombis. Se mueven lento, no tienen fuerza ni inteligencia, son predecibles hasta la extenuación. Como dandis más allá del tiempo y el espacio los vampiros de Sólo los amantes sobreviven cultivan su gusto evitando socializarse. Pero aun así son incapaces de caer rendidos ante la belleza de una obra artística. Normal que en sus maletas sólo haya libros y que usen nombres de personajes clásicos de la literatura como pseudónimos.
Al final, pese al desencanto, ésta película acaba siendo una declaración de amor hacia todas aquellas cosas que hacen que la vida valga la pena. Como pasear en coche por la ciudad–y cómo filma Jarmusch las ciudades, madre mía-. Como perderse por unas calles que son a la vez Historia y futuro. Como el amor, claro. El mismo que se otorgan los protagonistas, pero también el de una joven pareja que se besa apasionada. Quizás por ello sólo los amantes sobreviven en un mundo cada vez más ajeno. Y no tanto sobrevivir a la vida, como sobrevivir a la estupidez –mediática, social, robótica, cultural- y al letargo adormilado de los usos y costumbres más domesticados.
Vamos, que Sólo los amantes sobreviven es una película única. El mejor cine que uno se pueda echar a la cara a día de hoy. Una obra de un cineasta sin límites, capaz de hacer lo que le dé la gana cuándo le dé la gana (no se me ocurren muchos cineastas americanos con tal grado de libertad: el Scorsese de El lobo de Wall Street (2013), el David Cronenberg de Maps to the Stars (2014), el Abel Ferrara de cualquiera de las películas de Abel Ferra). Vamos, una obra maestra que, si te la pierdas, será culpa exclusivamente tuya. Así que no seas tonto y déjate morder.
A favor: Si has llegado hasta aquí, no hace falta que te diga más.
En contra: Ibídem.