Partiendo de una idea básica, basada en que a todos y cada uno de nosotros nos encanta el sexo, se desata una hilera de cuestiones que tienen más bien poco que ver con el concepto primario en la práctica, un concepto que traspasa la frontera entre lo que significa follar y lo que supone para otros en campos distintos del terreno de juego. Hemos alcanzado la cúspide de nuestras pretensiones, en teoría, hemos progresado en el eterno debate sobre la tolerancia y la apertura social, dicen, pero… ¿cuál sería vuestra reacción si os digo que existen personas a las que lo único que les pone cachondos es el dolor? Iré más lejos ¿qué diríais si os revelo que hay personas que se ganan su pan de cada día ofreciendo entretenimiento para esa clase de gente? Lo más natural para algunos tras lanzar al aire estas preguntas sería la de buscar en su fuero interno y decirse a sí mismo “mierda, no puedo quedar en mala posición, ¿quién soy yo para juzgar a nadie por sus preferencias?”, a lo que daría como resultado un falso alegato de aceptación, asentado de mala manera sobre la animadversión más rotunda e inequívoca, como afirmar ser benevolente con los homosexuales y apartar la mirada cuando estos proceden a besarse, el mismo espejismo de reticencia, una y otra vez. Para los que no lo sepan, que habrá quien sí, el porno va más allá de , esta industria, como todas las demás, abarca sectores amplios y recónditos para asistir la demanda de un público cuyo criterio, al igual que los que consumen música o cine de forma aleatoria o fija, se mide por su exigencia. En una sociedad que ya esgrime la libertad de opinión como si de una verdad testada se tratase, lo único que les queda a estos pobres diablos alejados de la mano del señor es volcarse en el intento de satisfacer los placeres ocultos y vetados a la mayoría imperante con el objeto de que, ni más ni menos, se den el gusto de correrse con aquello que ansían disfrutar. No es más normal, y menos en un país donde en algunos estados solo está legalizada la postura del misionero, conformarse con la parafernalia habitual entre “polla y vagina” e incluso “polla y ano”, la sexualidad es una expresión de nuestras facultades, una extensión de nosotros mismos y de nuestra capacidad de dar y tomar placer mediante nuestro físico, es incluso una motivación que, en términos adecuados, puede llegar a inspirar al arte y a los artistas (y lo hace, a tutiplén), y al igual que en cualquier tipo de arte, las limitaciones y las fronteras son algo que está de más cuando sus intenciones no rebasan los ancestros que dividen la vida y la muerte del afortunado que se digna a tomar el paso de plasmarlo con sus propias manos. //// Podéis leer el resto de nuestra reseña en el blog...