No te puedes fiar de tu propia intuición porque leí ¡festival de Sundance!, y pensé ¡ésta es buena! y..., he aquí ¡el hundimiento del Titánic!
Cuatro personajes, y un quinto usado como esponja de lágrimas y desesperación, la estabilidad de una pareja enfocada hacia la ideal meta del matrimonio y el surgimiento, por otro lado, de una nueva posibilidad que no se sabe a dónde llevará, la obsesión egoísta de una hermana en busca de la perfección del cuento maravilloso del inolvidable día de tu boda y su chapucera consaguínea que da tumbos eligiendo, degustando y rechazando por miedo y dudas no resueltas.
Con este panorama, Michael Mohan, sólo es capaz de ofrecer retazos aislados de conversaciones superfluas e indiferentes, escenas prototipo de episodios pilotos para cualquier serie o película adolescente o, de veinteañeros como mucho, que une a su gusto intentando mostrar un guión lógico o algo de consistencia en su argumento, una labor, por supuesto, en la que falla, se pierde y estanca pues vivir de la presencia guapa de sus protagonistas, de su aire rebelde y molón, de un moderno caos revuelto que se vuelve en contra suya ha resultado ser un fiasco total.
¿Qué se puede ver en actitud cómoda, ausente y lejana? Totalmente.
¿Qué se puede digerir sin apenas esfuerzo y con una facilidad que duerme a las gallinas? Tienes toda la razón pero, incluso en la recordada Beverly Hills 90210 -Sensación de vivir- había más chispa, movimiento y gracia y sus componentes estaban definidos con más decencia y ¡suculento placer!
Su caminar no tiene rumbo ni sentido, un destartalado y torpe andar de esquina en esquina, de encontronazo en abrazo hasta que a un guionista falto de ideas y estancado en su propia miseria se le hizo la luz, se le agudizó un poco la mente y supo qué hacer medianamente con sus personajes, como acabar con felicidad fingida e incomprensible armonía sacada repentinamente del bolsillo cual conejo de la chistera de un mago con los tejemanejes y desbarajustes que había creado hasta entonces.
Y lo triste y penoso es que la propuesta no es mala, bien realizada y sabiendo lo que se quiere expresar y a dónde se quiere ir hubiera resuelto todos sus esquivos galimatías y hubiera resultado ser un trabajo joven, fresco y digno de verse pero éso sería transformar toda su superficial apariencia -lo único de lo que vive-, añadir sensatez e inteligencia y un destino al cual llegar, como transformar a Paquirrín ¡en su hermano Cayetano!
Sale más barato en tiempo, esfuerzo y dinero abandonar esta producción y empezar de nuevo, elegir una nueva vivienda en lugar de reformar esta casa cuya base y estabilidad apenas se sostienen a menos que sea de tu agrado y complacencia el caótico meollo, accidental proceder y exiguo devenir que ofrece, ¡todo es posible!
Hasta Belén Esteban -la princesa del pueblo ¡tiene sus fans!
Demasiada y obvia sencillez y nulidad, en el significado despectivo del término, para este filme que no va a lugar alguno.