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    Nunca es tarde
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    Lourdes L.
    Lourdes L.

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    3,0
    Publicada el 6 de marzo de 2016
    Vejez y mala conciencia por lo visto, van irremediablemente unidos.

    A partir de un hecho real, ocurrido en tiempo pasado, del que no se tiene conocimiento ni control de acto, se crea una historia fantasiosa de redención y expiación de las culpas por una vida llena de excesos, egoísmo e insensibilidad plena, la de una estrella del rock que cumple con el estereotipo de vicios, desorden y mala vida; una carta nunca recibida cuestiona el comportamiento de los últimos cuarenta años y abre la posibilidad de ese suculento juego, donde el condicional y sí..., deja espacio al descanso de una mente que se agarra desesperadamente a esa frase no resuelta, de ejecución por siempre imposible, pero cuyo pensamiento calma, sosiega y hace que uno no se vea tan miserable, mezquino ni horrible persona.
    El veterano Al Pacino, que se divierte como nadie ejerciendo su perfeccionada profesión, al comando de esa iluminación que deshace maletas, interrumpe giras y deja volver a estar decente y a gusto con uno mismo; fuera alcohol, jovencitas y lo siguiente en el escalafón de la perdición, pasos de conocido recorrido llevados con la sencillez, amabilidad y dulzura de gustar, enternecer y no complicar mucho el asunto a una audiencia cómoda y encantada, que reconoce el relato ha sido confeccionado para agrado y estima de la misma.
    Es bonachona, sentimental y de poco lío, no vayamos a editar un drama profundo, seco y austero que rompa esquemas y costumbristas moldes; todo en su punto, ligero y ameno, servicial y amable, se presente el menú estipulado y no obvia ni un detalle en su resurrección, encuentro, rechazo, traspiés, insistencia, necesidad y arreglo familiar pues, es lo que vende, es lo que importa, es lo que el público espera.
    “Nunca es tarde”..., si la dicha es buena, y aquí la fortuna de su válido consumo es el placer y deleite de ver a una gloria de la actuación seguir acaparando plano, aunque no cambie ni varíe en exceso su registro en sus últimos trabajos, pues Al sigue siendo un pilar fuerte y robusto que convierte, una sencilla y modosa historia de televisión o dvd, en algo digno de estrenarse en la gran pantalla.
    ¡No hay más!, beatitud y generosidad por parte de un espectador que perdona la candidez e ingenuidad de todo el tinglado por ver a un padrino que da igual el texto, la dirección o las instrucciones recibidas, simplemente se sitúa delante de la cámara, espera oír el pistoletazo de salida y se deja llevar por la acción para regocijo personal de quien no tiene nada que demostrar, únicamente actúa y tú, como fiel admiradora, le sigues allá donde se mueva.
    No es el texto, es quien lo expresa; no es la letra, es quien pone su voz en ella; no es lo narrado, es quien desfila por las tablas del celuloide teatro; admirado actor que da igual las candorosas y garrulas frases que le proporcionen, las dice como nadie.
    No emociona, no crea lágrima, no surge la risa, no medita ni suspira por un abrazo, sólo es Al Pacino, de centro de diana, para regodearse todo lo que le venga en gana, rodeado de necesarios secundarios pues, incluso él, necesita de ayudantes que le den replica, aunque estén de decorado y paso para el gran invitado.
    No es Danny Collins quien interesa y apetece, o cuya carisma motiva; es Al Pacino, así de sencillo.

    Lo mejor; ver a Al Pacino mofarse de si mismo.
    Lo peor; la inocencia y virginidad de un texto dócil y manso.
    Nota 5,5
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