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    El alucinante mundo de Norman
    Críticas
    3,0
    Entretenida
    El alucinante mundo de Norman

    Una bruja, algún zombi y un poco de poesía

    por Carlos Losilla

    En Hollywood lo tienen muy claro. Ya desde los tiempos de Walt Disney, el cine de animación ha servido como libro de instrucciones para que el público infantil aprenda la narrativa clásica y luego se convierta en la audiencia ideal de las ficciones mainstream. Eso no es ni bueno ni malo. Por un lado, es cierto que limita sus posibilidades como espectador y le hace sospechar de todo lo que no provenga de esa tradición. Por otro, sin embargo, le facilita un cierto aprendizaje que le ayuda a discernir entre la convención y lo que se aparta de ella. El propio Disney experimentó con eso convirtiendo cuentos familiares en películas de terror, como es el caso de 'Bambi' o 'Dumbo'. Y fue Tim Burton quien patentó la fórmula con 'Pesadilla antes de Navidad'. Chris Butler, uno de los directores de 'El alucinante mundo de Norman', colaboró con Disney en 'Tarzán 2', con Burton en 'La novia cadáver' y con Henry Selick en 'Los mundos de Coraline', y quizá por eso la película que nos ocupa, codirigida por Sam Fell, es una especie de resumen de esta evolución.

    'El alucinante mundo de Norman' podría parecer la típica historia de niño freak enfrentado a sus obsesiones hechas realidad, embarcado en una frenética aventura y finalmente convertido en héroe tras incontables escenas de acción. Lo es, pero también hay otras cosas, aunque no lleguen a desarrollarse como sería deseable. La trama involucra un pasado lejano, la brujería, casi una versión miniaturizada de un cuento de Nathaniel Hawthorne. Y lo mezcla con un presente en el que las cosas no parecen haber cambiado demasiado: los que se apartan de las reglas de la comunidad siguen siendo estigmatizados. Es lo que le ocurre a Norman, aficionado a las películas de terror y capaz de ver a los muertos (como el niño de 'El sexto sentido'), que de repente se ve involucrado en una historia de hechiceras malditas y zombis en busca de sí mismos que resulta ser el reflejo perfecto de su entorno. Pocas veces he visto en una pantalla retratada con tanta crueldad la América más cochambrosa, hecha de comida basura, adolescentes descerebrados y adultos crueles e insensibles. Y pocas veces una película de animación la ha recreado con tal mala uva, una especie de infierno psicodélico donde los muertos vivientes son casi lo que produce menos inquietud.

    Butler y Fell empiezan tímidamente, y luego se embarcan en lo que parece ser una sucesión de supuestas sorpresas a cuál más predecible. Pero llega un momento en que la película alza el vuelo, los personajes se humanizan y la resolución de la historia alcanza una cierta poesía no exenta de emoción. En ese instante todo cobra sentido y América se revela como lo que es: una pura contradicción donde las miserias y la tiranía de un determinado pensamiento puritano son solo la coraza que oculta el miedo de una comunidad siempre acomplejada y confusa. El hecho de que la secuencia final regrese al pasado para intentar arreglar todo eso resulta de un atrevimiento encomiable, y el giro que da a la película no hace olvidar sus errores pero sí reconvertirlos en otra cosa, una fábula que mezcla con enérgico desparpajo agresividad y lirismo. Como si un cuento de terror tradicional adoptara los códigos de la serie B más desvergonzada.

    A favor: La parte final, un inesperado anticlímax muy poco frecuente en este tipo de películas.

    En contra: El peso de la tradición del género, como les ocurre a los protagonistas.

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