EL DILUVIO SEGÚN ARONOFSKY
Darren Aronofsky nos ofrece una interpretación muy hollywoodense de la historia bíblica con “Noé” (2014). El relato del arca y el diluvio universal sirve como base para un guion más influido por las superproducciones gringas que por el Antiguo Testamento.
Fue curioso observar las reacciones del público -conformado en su mayoría por personas mayores que parecían recién salidas de misa- al ver la aparición de los gigantes de piedra. Al darse cuenta que la película de Aronofsky no era una clase de Doctrina, los fervorosos abuelos comenzaron a refunfuñar, incluso un par de ellos abandonaron muy molestos la sala del cine Rex.
A lo único que está película resulta devota es al estilo visual de su director: manejo visceral de la cámara, cortes rápidos de edición y uso ingenioso del leitmotiv. También conserva su fe a las persistentes temáticas de Aronofsky: personajes obsesivos, inseguros, desadaptados del entorno social y que persiguen una utopía a pesar de poner en riesgo su propia integridad física y emocional. Darren es el cineasta de las manías y las obsesiones cercanas a la psicopatología, capaces de confundir la realidad con la ensoñación.
El protagonista, Noé (Russell Crowe) es un hombre encaprichado con la idea de obedecer la palabra de Dios, aunque con ello provoque su propia destrucción y la de su familia. Es un personaje testarudo cuya fe en el creador es inamovible. Es el padre maniático que sigue las órdenes silenciosas de un espíritu, igual al Jack Torrance que interpretó Jack Nicholson en “El resplandor” (1980). Ambos personajes comparten la ofuscación, la incomprensión familiar y la destreza con el hacha.
Dios (que se supone es un ser perfecto y creó al hombre a su imagen y semejanza) de pronto se da cuenta que la regó y que su creación (igualita a él) está llena de imperfecciones. Así que Dios (con su infinita bondad y misericordia) decide que la mejor solución para enmendar su error es asesinar de forma cruel a la humanidad, ahogándola con un diluvio universal. Pero Dios no quiere que la tierra permanezca vacía, así que le dicta a Noé que construya un arca para salvar del diluvio a todas las especies de animales y, obviamente, a sus familiares. El mandato divino también indica que los descendientes de Noé deben repoblar la tierra, bendiciendo así las prácticas incestuosas.
El guion, escrito por el propio Aronofsky y Ari Handel -uno de sus colaboradores más cercanos-, busca inyectarle dosis de acción a uno de los relatos bíblicos más conocidos hasta por los no creyentes. Y esa es precisamente su mayor dificultad: al adaptar una historia tan difundida, el guionista encuentra más difícil su tarea generar expectación. Para resolver este conflicto se introduce a un villano, Akkad, interpretado por Ray Winstone. Participan también Jennifer Connelly, Anthony Hopkins y Emma Watson.
Las licencias que Aronofsky y Handel se tomán con respecto al Antiguo Testamento causan molestia a los espectadores más ortodoxos y desconciertan a los creyentes que buscan la doctrina. Sin embargo, son esas licencias las que evitan que “Noé” se convierta en una película destinada a transmitirse por los siglos de los siglos en el Canal 5 cada Semana Santa. La complejidad de su protagonista que se debate entre la fe y la psicosis, la destrucción de la armonía familiar por culpa de una presencia divina, y el uso de un leitmotiv visual para sustituir la tradicional voz del padre celestial, son los mayores aciertos de esta producción.
“Noé” es como un arca que se debate entre dos marejadas: la reinterpretación crítica del relato bíblico y el sentido de espectacularidad propio de Hollywood. Su director no puede escapar a la tentación de los efectos especiales y las exageradas escenas de acción. Al morder la manzana digital del árbol de la parafernalia, la cinta se condena a vagar eternamente en el limbo. Con esta producción, Darren Aronofsky no accederá al cielo donde habita Francis Ford Coppola, pero tampoco se irá al infierno a acompañar a Cecil B. DeMille.