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    La sombra del actor
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    Lourdes L.
    Lourdes L.

    129.886 usuarios 920 críticas Sigue sus publicaciones

    3,0
    Publicada el 25 de abril de 2015
    No nutre como esperas ni apasiona como debiera pero, es tal el regocijo escénico de quien actúa, que se acepta, indulta y perdona.
    "Muestrame al hombre que no sea esclavo de su pasión y yo lo llevaré en mi corazón".
    Decrépito, decadente, un fantástico, arrebatador y cautivante Al Pacino en todo su esplendor para lucir su talento y mejores habilidades en un papel decrépito, decadente y moribundo, de actor que ha perdido su arte, su don, la magnífica pasión que ha definido su vida entera y representa todo lo que ama, todo lo que es, el agónico momento de descubrir que ya no eres quien creías, que la memoria falla, la vista engaña, la ficción gana enteros y que sólo recuerdas trazos de una realidad que se entremezcla y cruza con la fantasía, donde surge la debilidad y desespero de la solitaria persona que no es nadie si no puede seguir viviendo y respirando encima de su necesitado escenario.
    "Oscar Levant dijo una vez: hay una línea fina entre el genio y la locura"; y él había borrado esa línea", y ese espléndido comienzo devorador tiene muy cercano al soberbio y altivo competidor "Birdman", que le hace sombra los primeros minutos, en la maldita forzosa comparación, sólo que pronto abandona su estela para centrarse en la tortura y vapuleo del errante sexagenario quien, en plena crisis personal y profesional, ve la oportunidad de cogerse a un caballo de Troya, esperpéntico y fugaz, de quien compra el afecto y paga por su compañía y caricias, más la anécdota de una intrusa que aporta el toque surrealista a un caos lunático, tragicomedia de rocambolesco panorama, irrisoria papeleta y burlesco despliegue en el que se ve abocado una figura catatónica, desamparada, sombría en su mísera existencia fuera de las tablas de su amado teatro, venido a un menos inevitable que le hace desfallecer sin piedad, lagrimar con apenada compasión, que tiene que afrontar el doloroso y costoso fin de su grandeza por mucho que la intente maquillar y decorar con juventud halagüeña.
    Su ritmo es irregular, ni negativo ni complaciente, ni esquivo ni completo, no sigue un camino ascendente ni constante hacia la degustación plena, seriedad arrebatadora de profunda virtud que vira hacia lo estrafalario, lo caduco y senil con leves toques de ironía mezquina que funcionan, al igual que todo el guión, por la excelente interpretación de quien es su firme y maravilloso abanderado, rastro de río cuyo mar no es bien hallado que, en la gratitud de quien presenta, pronuncia y ejerce, se disculpa en los pormenores, se devora en los planos, se disfruta en sus elocuencias, se escucha en su melancólica sinfonía y donde se aplaude la oportunidad de ver a un Hamlet, en las últimas, encarnado con elegancia y sobriedad, martirio y pesadumbre en combinación inquietante de quien ya está perdido, vendido, confuso, extasiado y se coge a clavo ardiente para seguir presente y no ser olvidado.
    Juega constantemente con la presentación de lo patético, de la frustración vuelta miseria, de la tragedia dramática echa presente al perder la identidad y volverse caricatura de payaso sin gracia pero con inmensa tristeza dándole vueltas, aflicción de un cuadro mortífero, de aguda sonrisa por la desfachatez del paisaje y de su próximo horizonte y la adicción a esa esquiva esperanza de seguir vivo cuando el abandono y la vejez están cada día más presentes y cerca de la muerte, línea de mezcolanza que vive, respira y se aprecia con gusto, que oculta las carencias gracias a su intérprete, que atrapa sin consuelo, seduce sin remedio, llena la pantalla y eclipsa los resquicios de un guión no tan supremo como cabría desear para quien dirige y quien pone voz a sus palabras.
    Interesante inicio, curioso devenir, enajenación mental de una vida que se deshace, que apetece y emociona con temple, sin la fuerza esperada y que, incluso, puede desactivar tu interés conforme pasan los minutos pues la única razón, por momentos, es saborear la desenvoltura de quien habla, recita, captura y realiza una audición narrativa e interpretativa cuyo placer y gozo no te quieres perder, un ilustre "la perdición atrapa mi alma y yo te quiero, cuando yo no te quiera, el caos habrá llegado de nuevo", recitado con serenidad magistral, mirada penetrante, calma deslumbrante y profundidad de afirmar ser la razón para ver, deleitar y estimar esta película.
    Gerardo M.
    Gerardo M.

    4.531 usuarios 134 críticas Sigue sus publicaciones

    2,5
    Publicada el 23 de abril de 2015
    Genio y locura

    Ya en sus últimos años de vida, el polémico Oscar Levant afirmaba que existía una delgada línea divisoria entre el genio y la locura, y que él mismo la había logrado borrar. Esta frase supuso la coronación verbal de una vida repleta de excesos, depresiones y de idas y venidas del psiquiátrico, que acabó en el ostracismo personal del neurótico favorito de América de la década de los 50.

    “La sombra del actor” –bravo una vez más por la traducción al español del título original, “The Humbling”- hace hincapié en esa frase de Levant a través de la figura de un actor en crisis al que le ha pasado lo peor que le puede pasar a alguien de su profesión. Como al bailarín al que le empiezan a fallar sus propias piernas, Simon Axler ha perdido su propio talento para la interpretación. Olvida frases, confunde obras entre sí, y la senilidad y las lagunas de memoria han comenzado a sus casi 70 años de edad.

    La película cruza constantemente esa fina línea que separa el genio de la locura, confundiendo realidad y ficción a su paso. Y llegados a este punto, más alguna escena en común, lo peor que le ha podido pasar a este film es que llegase a las salas una propuesta muy superior en todos los sentidos como “Birdman”. Sólo en la fábrica de sueños se producen este tipo de coincidencias, y es inevitable acordarse de la reciente ganadora del Oscar al contemplar esta cinta, si bien la primera diseccionaba con mordacidad el mundo del espectáculo y en la que nos ocupa seguimos más de cerca si cabe el deterioro en la vida personal y profesional de su protagonista.

    Lamentablemente, Barry Levinson no es Iñárritu, ni sus guiones y aspiraciones son comparables. Porque el humor negro del que hace gala “La sombra del actor” funciona en ocasiones, y no resultan igual de dinámicas en ritmo. Lo que resulta es una obra tan irregular como la carrera de su propio director, hábil cirujano del show business americano en algunas ocasiones –“La cortina de humo”-, y en otras no tanto –“El hombre del año”-.

    Aún así, estamos ante una propuesta interesante, aunque más que por lo que cuenta, que también resulta de interés cuando no falla el ritmo de la narración, es interesante por quién nos lo cuenta. Y es que si algo sostiene a esta película es Al Pacino, soberbio en su recreación de ese anciano al borde de la demencia y convertido en un arrugado y distorsionado reflejo de lo que un día fue. A su alrededor, un carrusel de secundarios que dan el tipo, desde los recuperados Charles Grodin, Dianne Wiest, Kyra Sedgwick o Dan Hedaya hasta la destacable Greta Gerwig. Ninguno de ellos consigue hacer sombra a la gran estrella de la obra. Esta película sirve para que Pacino se luzca, y sólo espero que no acabe sus días como el Rey Lear, y que aún le queden muchas funciones para maravillarnos con su presencia.

    A favor: Al Pacino, y no le hace falta nada más
    En contra: el recuerdo de “Birdman”, y su irregularidad como film
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