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    X-Men: Días del futuro pasado
    Críticas
    4,0
    Muy buena
    X-Men: Días del futuro pasado

    La gran fiesta mutante

    por Alejandro G.Calvo

    A Bryan Singer le bastan los 10 minutos que dura la primera secuencia de X-Men: Días del futuro pasado para meterse al espectador -ya sean fans del cine de superhéroes, profanos con gesto adusto o haters del blockbuster en general- en el bolsillo. En una aterradora secuencia ambientada en un futuro distópico donde los mutantes son aniquilados sin tregua por una nueva generación de Centinelas –Terminators a la caza del gen X-, vemos a la Patrulla X cayendo uno a uno indefensos ante sus enemigos. Singer tira de catálogo y nos enseña a un buen puñado de X-Men enfrentándose a sus invencibles cazadores: Sendero de guerra, Bala de cañón, Bishop, El hombre de hielo, Kitty Pride, Coloso, Blink... y es que ya desde un primer momento DDFP muestra bien claras sus cartas; ésta será la película definitiva sobre la Patrulla X o no será nada. Por ello adapta, probablemente, el cómic más emblemático de Marvel al respecto -únicamente rivalizaría con él “La saga de Fénix Oscura”, obra de los mismos autores: John Byrne y Chris Claremont en los inolvidables 80 mutantes-, y también por ello, decide fusionar todos los productos fílmicos precedentes -la trilogía original, el reboot de Matthew Vaughn ambientado en los años 70 y los dos spin-off protagonizados por Lobezno- en la madre de todas las historias X. Una señal de respeto por parte de su director, que mientras honra al pasado, asienta las bases del presente y acaba lanzando la saga hacia un futuro que, visto lo visto en la película, parece más prometedor que nunca.

    Tal hercúlea propuesta, todo sea dicho, funciona mejor por acumulación -de acciones límite, de personajes emblemáticos, de nudos dramáticos, de actores estrella- que por la delineación correcta de todas sus tramas -querer dotar a todos los personajes principales de un arco trágico es de una ambición salida de madre-. De tal forma que DDFP se puede considerar una película hecha de películas, donde todos los protagonistas principales van rotando para poder tener su minuto de gloria superheroico y cada set-piece se descubre como un articulado ejercicio de puesta en escena destinado a deslumbrar al respetable. Valga como ejemplo la alucinante fuga de Magneto de la prisión de cristal en la que habita, con Mercurio –al que se le llama por su nombre de pila americanizado: Peter Maximoff-, convertido en estrella de la función; un ejercicio de espíritu depalmiano –todo tiene un aire a Misión: Imposible (1996)- donde la física básica se acaba poniendo al servicio de la narración más elástica.

    Intrínsecamente al relato, y al igual que pasaba con X-Men: Primera generación (2011), la película posee un interesante reflejo en la historia política norteamericana –algo habitual en el mundo mutante, donde el gen X ha servido tanto como metáfora de la discriminación racial, sexual o por enfermedad-, ya no sólo por el gracioso guiño a la muerte de Kennedy, sino por la comparación directa que hace el gabinete de Nixon del problema mutante con la amenaza comunista. Realidad y ficción, mundos paralelos en distintos arcos temporales, rehacer el mundo para eliminar el miedo, el horror. Sacrifico, expiación, resurrección.

    Todo ello acaba configurando una película que es puro divertimento, azotada por la inevitable oscuridad que rige el rumbo de buena parte del cine de superhéroes contemporáneo –El caballero oscuro (1998), El hombre de acero (2013), The Amazing Spider-Man 2 (2014)…- y que tiene tanto de baile de fin de curso como de reunión de antiguos alumnos: todas las caras nos son conocidas y la pirotecnia ornamental es de las que le dejan a uno babeando en la butaca. Así es pues la película de Marvel que mejor se ha sabido plegar a la estética del cómic primigenio. Vamos, que no será perfecta, pero con lo bien que lo pasa uno viéndola, ¿quién lo necesita?

    A favor: Borrachera de superhéroes.

    En contra: Qué falte tanto para X-Men: Apocalipsis (2016)

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