"Confiaré en las estrellas", lo que viene a decir, en cubierto, que Michael Hoffman no ha tenido la habilidad de sacar lo mejor de él, de tí y de la narración, el don de obtener provecho y fruto sabroso del texto manejado y, ¡ni el cielo ni las estrellas pueden arreglarlo!
Película basada en un relato de Nicholas Sparks -también participa en la producción- quien tiene un estilo propio a la hora de diseñar sus historias, que se repite en todas ellas, pues es fórmula de éxito garantizado donde no se altera ni una coma de lo previsto y, con una legión de fans y seguidores de sus escritos asegurados; otra cosa es que el director osado que decide transformar sus románticas escenas, de cándidas palabras, en preciosas imágenes de fotografía soñada, tenga que ser fiel a todo el conjunto o pueda innovar, añadir o quitar a su gusto para que, en pantalla, ésta no resulte artificial, lela, pedante, soporífera, etérea sin pasión, energía ni motivación que pueda evitar un letargo de fotogramas que transcurren pero no te dicen nada, que se observan desde la frialdad y distancia de escuchar sus diálogos y confesiones de amor eterno y, ni fu ni fa, cómodamente neutro y arbitrario a verlas venir, a proseguir como se complica la vida en su devenir y desenlace.
Porque, no hace falta dar tantas vueltas, mareos y giros previstos, desde millas antes de su aparición, para relatar una historia de amor que guste y complazca al espectador ya que, de antemano y sobre aviso, gracias a la sinopsis y tráiler, sabes que discurrirá por la maravillosa estela de "El diario de Noa" que, por otra parte, es lo que quieres y por dónde empieza sólo que, llegado un momento, empieza a marear la perdiz y rallarse ella sola para saturar al vidente y que ya le de igual una resolución que ya ha perdido toda la magia, deseo y apetito de compañía en su aventura.
Más no siempre es sinónimo de mejor y, mayor duración, sólo es garantía de pesadez y fiasco cuando has abandonado toda posibilidad de conexión y empatía, de sentimiento o fervor ya hace tiempo, a medio camino, donde todavía existía alguna opción de enmienda y reparación que se desvanece conforme añade capas y capas estériles que aportan cansancio y desgana, más el añadido de una pareja adulta protagonista -más comestible la joven pareja-, cuya química entre ambos, brilla por su ausencia, a pesar de su esfuerzo por obtener algo de partido e interés a sus personajes -es desesperante ver a James Marsden en un papel tan insustancial, en principio, reservado para el desaparecido Paul Walker-, amén de la falta de credibilidad de sus emociones y la anulación de una confianza, pérdida por asfixia de no hallar acomodo factible que invite a soñar, por no mencionar el desfase y cambio de avituallamiento de cara, expresión y físico al variar de época y edad.
Forzada y rebuscada, ficticia e inútil en su muestra de un romanticismo buscado y querido, sólo cabe conformarse con una buena fotografía de cuento de hadas, aunque ésto, se parezca más a contar ovejas que otra cosa, para dormirse rápidamente.
La inocente condescendencia inicial para ver por dónde anda y cómo se maneja se irá evaporando, poco a poco, hasta anular todas tus ilusiones y esperanzas, desfallecimiento inevitable del que nadie te defiende pues tu paracaídas, a pesar de ser un salto programado, medido y seguro, no se ha abierto y te has pegado un soberano golpe de cuyo fiasco nadie te compensa, consideración desdeñable donde no queda más remedio que admitir ¡ya no puedo más!, ¡has agotado mi paciencia!, ¡has acabado con lo mejor de mí!
Idílico jardín, de bellos tulipanes y flores varias, que no da para digno romance de estancia memorable pues, hasta las abejas, cansadas, se han ido en busca de polen más nutritivo y acorde.