La segunda película del año de Pixar es el relato de una aventura de superación personal y amistad que parte de la hipótesis de qué hubiera podido ocurrir si el meteorito que supuestamente acabó con la existencia de los dinosaurios en nuestro planeta no hubiera impactado sino que hubiese pasado de largo. Ello da lugar a una historia que plantea al menos dos novedades respecto de las anteriores películas del estudio: por una parte, el oponente de los protagonistas no es un semejante al que puedan batir, sino una fuerza impersonal, la naturaleza misma, que se presenta a menudo dura y descarnada, provista de un realismo espeluznante, y que condiciona a todos los personajes del largometraje, forzados a convivir con ella de un modo u otro; si pudiera haber cierto paralelismo con la situación planteada en "Buscando a Nemo" no estaba planteado allá con tanta intensidad, pero además el segundo aspecto novedoso remarca la diferencia, puesto que nos encontramos posiblemente ante una de las películas más oscuras y angustiosas de Pixar, suavizada por muchos momentos de emotividad que la hacen al mismo tiempo muy tierna, pero casi desprovista del humor que había estado caracterizando todas las anteriores producciones y plagada de situaciones escalofriantes, lo que hace dudar incluso de que sea una película cómoda para los niños.
Dirigida por Peter Sohn, fiel servidor de Pixar que se estrena así como director de un largometraje, desarrolla un guión de Meg LeFauve a partir de la historia creada por la misma junto al director Peter Sohn y Eric Benson, Kelsey Mann y Bob Peterson, designado originalmente como director de la película.
Sobre la hipótesis planteada de que el meteorito pasara de largo sobre la Tierra, la historia comienza con una pareja de Apatosauros que, millones de años más tarde, establecen su hogar en una granja localizada cerca de un río en un paisaje muy probablemente situado en lo que es, o debería acabar siendo, el continente americano. Allí nace su prole a partir de tres huevos del último de los cuales surge Arlo, un enclenque dinosaurio que resulta ser muy asustadizo. Forzado a superar una prueba que le haga merecedor de dejar su huella estampada en una especie de árbol genealógico junto a las de sus padres y hermanos, Arlo debe vigilar el silo de maíz y destruir al "bicho" que se está comiendo furtivamente las mazorcas; pero cuando se encuentra con que el ladrón es un niño humano salvaje le deja escapar, algo que no pasa desapercibido a su padre, que apresta a Arlo a seguirle para dar caza al furtivo. La persecución acaba trágicamente cuando una crecida del río provocada por una tormenta se lleva la vida del padre de Arlo. Cuando, más tarde, el joven dinosaurio descubre nuevamente al niño humano comiéndose más mazorcas, trata de detenerlo y acaba cayendo al mismo río que se llevara a su padre, que esta vez arrastra a Arlo y al niño Spot muy lejos de su hogar. A partir de entonces Arlo debe reunir el valor suficiente para volver a casa con la única pista de que debe seguir el río, como le enseñó su padre, y para ello cuenta con la inesperada ayuda del niño salvaje Spot; en el viaje descubrirán cuánto tienen en común y acabarán convirtiéndose en unos improbables amigos que se ayudarán para enfrentarse a los innumerables peligros que les esperan, algo que obligará a Arlo a superar sus temores y descubrir de lo que es capaz.
Lo primero que llama la atención casi desde el inicio mismo del largometraje es el elevadísimo nivel de realismo aplicado al paisaje, hasta cotas de detalle impresionantes (en las hojas de los árboles, en el agua...) que nunca se habían visto aún en Pixar. Peter Sohn señaló que quería hacer del paisaje el antagonista principal de la película, convertido prácticamente en un personaje, cuya belleza alternaría con su peligrosidad y su inabarcable enormidad. Frente a él, los dinosaurios aparecen contrastados con un aspecto más de dibujo animado, inocentes, como si aquél hubiera evolucionado de distinta manera y ellos fueran incapaces de dominarlo; de hecho, da la impresión de que cuanto más evolucionaron los dinosaurios, más temerosos se hicieron de la naturaleza y menos conocedores de la misma, mientras que los más salvajes, como Spot o el resto de animales, saben desenvolverse en ella con mucha más soltura. En todo caso, el realismo del paisaje y lo cartooniano de los personajes no desafinan en absoluto, puesto que la texturización y la iluminación hacen que paisaje y personajes estén perfectamente integrados.
En segundo lugar, es peculiar la relación entre Arlo y Spot: mientras la nueva película de Pixar no deja de ser otra buddy movie entre dos seres aparentemente incompatibles, lo novedoso es que los papeles se encuentran cambiados, de forma que el dinosaurio Arlo es el ser evolucionado y parlante, mientras que el niño humano Spot es un ser salvaje que se comporta y anda a cuatro patas como un perro, que no sabe hablar y gruñe y ruge y muerde, aunque también tiene sentimientos y mucho más en común con Arlo y, por extensión, con los evolucionados dinosaurios, de lo que es aparente al principio de la película. La animación de Spot es genial: hasta tal punto los animadores han sabido replicar y trasladar a un humano los instintos, movimientos y actitudes de un can que el salvajismo de los legendarios Mowgli y Tarzán está superado con creces.
En fin pues, ¿qué es lo que hubiera pasado si el meteorito que acabó con los dinosaurios hubiera pasado de largo? Peter Sohn nos muestra a unos dinosaurios que millones de años después han evolucionado superando a los humanos, hasta tal punto que saben hablar, labrar la tierra y ejercer la ganadería, pero que viven con miedo, puesto que el miedo forma parte de la vida y más cuando uno está solo, como se sintieron quizás lo primeros colonos de América. Y es que Peter Sohn alcanza a convertir la película en un western en el que los dinosaurios protagonistas parecen ser los primeros que están colonizando el continente americano - más propiamente el territorio que sería hoy el oeste de Norteamérica - y se encuentran muy solos, sin que existan grandes manadas de saurios, y expuestos a la crudeza de la naturaleza y a la ley de la selva de cada uno. Y en la superación de ese miedo entran en valor la familia y los amigos como único factor de seguridad (es significativo cómo el solitario Styracosaurio de los bosques se rodea de pequeños animales como amigos y protectores, aunque su ayuda sea claramente insuficiente frente a la valía de Spot, como revela el nervioso tic del cornudo saurio) y como el único motivo para sacrificarse, lo que convierte a Arlo en ese buen dinosaurio del título original, frente a tanto compañero de especie que va a la suya.
Por cierto, en ese western en el que se acaba convirtiendo en cierta medida la película no faltan homenajes a escenas clásicas del género como los robos de ganado, las persecuciones "a caballo", las buenas historias nocturnas contadas en torno a un fuego o los iluminados predicadores tocados por una revelación, o una "relevación".
Quizás "El Viaje de Arlo" no sea tan original y arriesgada como "Del Revés" al no haberse inventado un mundo de cero, pero logra partir de una hipótesis original y desarrollarla de una forma técnicamente impecable y argumentalmente con credibilidad, aventura y muchas dosis de ternura, además de aportar elementos nuevos a la filmografía del estudio.
Eso sí, tras tantas películas que provocan el lagrimeo incontenible, sería hora de que Pixar se fuera planteando hacer una película totalmente humorística.