Érase una vez en la URRS
por Paula Arantzazu RuizCon la publicación de Educazione Siberiana, Nikolai Lilin, escritor ruso afincado en Italia, sacudió el panorama literario con su brutal relato en clave autobiográfica sobre la infancia y la iniciación sentimental (y criminal) de un chaval descendiente de los urcas, una estirpe criminal siberiana. Obvio, así pues que la novela acabara siendo adaptada a la gran pantalla aunque con su traslado al cine, a manos del director de Mediterráneo, Gabriele Salvatores, haya evitado la demoledora violencia que sacude las páginas de la novela y que, a la postre, explica mucho sobre la identidad de esta comunidad criminal que habitaba en Transnistria, enclave ruso ubicado entre Moldavia y Ucrania.
Salvatores ha hecho en Educación Siberiana su particular Érase una vez en América, el clásico de Sergio Leone, centrándose en la amistad entre dos amigos desde que son niños hasta la edad adulta y con una narración ubicada entre 1985 y 1995, que viene y va en el tiempo para hablarnos tanto de la evolución emocional de esos dos chavales como del cambio de era que sufre la URRS cuando cae el telón de acero (y que afectará de manera inevitable a la comunidad de los criminales honestos de Transistria). Pero lejos de encontrarnos con una vuelta de tuerca del habitual relato río sobre varias generaciones de delincuentes en la Rusia soviética, Salvatores se recrea en aspectos muchas veces vistos en las películas de mafiosos y a excepción de los momentos en que se ponen de relieve ciertas tradiciones del clan (los tatuajes y los mensajes ocultos que sus dibujos transmiten, símbolo tangible de su ética criminal) el filme transita por los recorridos habituales del género.
Y a pesar de que la presencia de John Malkovich en el papel del abuelo Kuzja, emblema de ese mundo hoy aniquilado y olvidado, otorga cierto prestigio a la producción, Salvatores tampoco logra dotar al trabajo del empaque y el carisma de la obra en que se basa. En parte se debe a la ausencia casi total de la violencia a la hora de representar en pantalla a los urcas, para quienes es necesario el uso de la fuerza para, por ejemplo, evitar abusos sobre los débiles y los indefensos y no sólo como un medio por el que conseguir cualquier fin. Salvatores ignora ese aspecto y reduce esa comunidad a un conjunto de tópicos peliculeros que, en última instancia, sostienen el filme pero no ayudan a que sobresalga en un género en el que habría que ser más exigente.
A favor: Cuando la película se centra en el folkclore y las tradiciones de los urcas gana enteros.
En contra: Que la violencia es casi inexistente.