Contra molinos de viento
Frank es un ladrón de guante blanco jubilado, cascarrabias y apático, que vive solo y al que su familia parece haber dejado de lado. Se resiste a ser internado en un geriátrico, y en consecuencia su hijo Hunter le regala un robot que le ayude en sus quehaceres diarios, que le proponga tareas y una rutina que ejerciten su ajada y no demasiado sana mente. Frank padece Alzheimer, y se resiste a aceptarlo y reconocerlo aunque sus síntomas sean tan evidentes. Ahora su artificial nuevo amigo supondrá su único reducto para recuperar viejos hobbies y asestar un último golpe, algo que le demuestre que sigue en plena forma.
Sí, es cierto que cualquier sinopsis que se haga de “Un amigo para Frank” arroja sobre ella una luz de cine ñoño, bienintencionado y amable. No obstante, en ese futuro tan cercano y bastante realista que propone la ópera prima de Jake Schreier hay lugar para infinidad de temas: las relaciones hombre-máquina, la conciencia de estas últimas sobre la importancia de su propia memoria, la relación de esto con una enfermedad tan cruel como el Alzheimer, la difícil relación de un hombre huraño con su familia y cómo ésta encaja la enfermedad… Cualquiera de estas corrientes temáticas, o todas ellas en su justa medida, habrían hecho de este film una propuesta pequeña pero enriquecedora, pero no ha sido así. Solamente en sus minutos finales se intuye un atisbo por defender la tesis de ese Don Quijote que lucha contra los molinos de viento de la decrepitud, cuando ya es demasiado tarde para ello.
Porque lo peor que le puede ocurrir a esta o a cualquier otra película es que ya desde su guión haya un miedo palpable a arriesgar, a tomar un camino concreto que defienda una postura determinada, por incómoda o dura que esta resulte. Y es precisamente eso “Un amigo para Frank”, un acto de cobardía que culmina en una película simpaticona, casi un telefilm con actores de Hollywood, incapaz siquiera de hacer que la relación de la pareja protagonista traspase la pantalla.
Así que lo único realmente reseñable de la cinta, lo único que no la hace desplomarse definitivamente es su protagonista. Frank Langella, el eterno secundario no lo suficientemente valorado por la industria, da todo un recital interpretativo, pasando de la actitud gruñona de su personaje a la mirada perdida e inocente del afectado por la demencia. Lástima que sea al servicio de algo tan débil como “Un amigo para Frank”, la película que tuvo miedo de luchar contra los molinos de viento.
A favor: Frank Langella, sin lugar a dudas
En contra: que le de miedo jugar todas sus cartas