Un James Bond de oficina, que conoce muy bien la inmundicia que en ellas se esconde pero, aún con todo, sigue siendo patriota de convicción y sentimiento.
Hay que prestar atención para no perderte, para saber al tiempo en qué consiste la partida, quiénes juega y cuáles son las bazas de cada uno, ese magistral as que hará que consiga ventaja o retroceda, que decantará la victoria definitiva o la salida por la puerta de atrás.
Inteligente guión para hablar de inteligencia secreta al servicio de la nación, diálogos rápidos de sentencias cortas y directas al rostro del oponente que expresan poco abiertamente/lo dicen todo con subterfugios, esa mirada de honor y presencia leal, que aún perdura entre espías de la vieja escuela, e incomoda a los nuevos dirigentes que desean cambiar las reglas del juego y al contrincante, gélida estructura de escenas frías y cortantes, hermetismo como rey de la pantalla, incluso cuando la temperatura del dolor más profundo y el amor más intenso ha alcanzado sus máximos decibelios.
"Cuando no sabes la verdad todo se congela y no puedes seguir adelante", concisa sentencia que busca poder hacer camino y que la información fluya, que utiliza a la bella Rachel Weisz como motor de arranque y recuerdo del valor, dignidad y decencia que se les debe a los inocentes muertos silenciados por un intercambio de cartas entre mandamases, que practican su propio juego al margen del pueblo que les ha elegido, la sociedad de peones utilizada como arma fructífera para ganar ventaja en su particular guerra de confianza ficticia.
"La desconfianza es un hábito horrible" para el cual, Bill Nighy está entrenado por academia y curtido por los años, perfecto y carismático, sereno y loable, siempre el trabajo como maleta a cuestas que le impiden relajarse y disfrutar de una vida social sin constantes sospechas.
Un excelente reparto, sugestivo y eficaz, una sabia dirección que sabe lo que oferta y cómo proporcionar el diseño y la apariencia más correcta, deliciosa adecuación de todos los componentes para un relato actual de una historia muy vieja, esa que mueve los intereses de países hermanos que no se fían mutuamente, que colaboran por razones equivocadas y llegan a acuerdos que sólo benefician a los presentes, dejando al votante que creyó en ellos a la cola de sus demandas y preocupaciones.
Solicita tu interés, esa precisa implicación que te mantenga al tanto de cada movimiento, amago y estrategia, descubrir la falsedad del alegato, la sinceridad del héroe, el coste de su entrega y rescisión de contrato; si no eres apasionado del ajedrez, fan de la hábil recreación de tácticas, intrigas de alto standing y tramas disfrazados que se edulcoran en el telediario cuando nos llegan a nosotros, los mundanos, puede resultarte enrevesada, distante y compleja, argucia que no logra confabular con tus ganas y apetencia pero, a la mínima que vivas con delirio y entusiasmo las crónicas de complot directo, breve pero intenso, sabio y penetrante, gozarás con esta sencilla, pero esmerada narración, de lo que ocurre todos los días a espaldas de benditos ignorantes, que facilitan el trabajo al no enterarse y mirar hacia otra parte.
David Hare como director y guionista que aprovecha con excelsitud la fotografía londinense y la elegancia y porte de su representante, ese entregado analista del M15 que convive entre rapiñas pero nunca pierde las formas, costumbres ni su humor ácido, negrura refrescante que marca distancia para observarle en movimiento sin llegar a conocer o sentir sus sentimientos, un largometraje enérgico y eficiente que perfectamente podría ser un válido capítulo de serie de máxima audiencia, a cambio opta por producto para televisión británica de noche programada.
"Page eight", entre líneas, ahí se encuentra lo mejor de la comida, lo más exquisito de la salsa, esa letra pequeña que dictamina quién lleva la batuta y quién es conejo acorralado, no cuenta nada nuevo pero lo hace con distinción y clase; si no te incorporas al lance puede resultar agobiante y cansina, saturada de comunicación informativa, si participas y captas la maniobra que se llevan entre manos, saborearás francamente la pericia de este funambulista que mantiene todas sus bolas en el aire en perfecto equilibrio.
No pierdas de vista la acrobacia ni al trapecista, vale la pena el esfuerzo